En noviembre de 2018 He Jiankui (Southern University of Science and Technology of China) comunicaba una noticia que, de tan explosiva, atravesaba las paredes de la comunidad científica. Gracias a las bondades de la revolucionaria técnica de edición genética, Crispr/Cas9, modificaba el genoma de gemelas chinas y las volvía resistentes al HIV. Esta semana el genetista fue declarado culpable por un tribunal de Shenzhen. Como castigo deberá cumplir con tres años de cárcel y con el pago de, aproximadamente, 430 mil dólares (tres millones de yuanes). Además, ya no estará habilitado para realizar ninguna tarea profesional relacionada al mundo de la salud. Dos de sus colaboradores recibieron sentencias equivalentes.
Para comprender el caso, rearmemos la cronología de los hechos. El año pasado He Jiankui adelantó la noticia por YouTube y, acto seguido, lo presentó en una cumbre de expertos celebrada en Hong Kong. Estaba exultante, se creía el protagonista de una nueva hazaña científica; su nombre quedaría grabado en la historia. Aunque en muchas naciones estaba prohibido, había modificado el genoma de Lulú y Nana para volverlas inmunes al virus. ¿Cómo? Luego de la fecundación, su propósito era intervenir el embrión y desactivar el gen específico (denominado “CCR5”) que codifica para la proteína que está en los glóbulos blancos y que funciona como puerta de entrada y salida del HIV en la célula.
Tras su experimento, como ambas estaban en perfecto estado de salud, creía que sus objetivos se habían cumplido con éxito. En el mismo movimiento, había abierto la puerta para la creación de “bebés de diseño”; y lo había conseguido a partir de las famosas tijeras genéticas, herramientas que editan genes y agitan las fantasías más oscuras del determinismo en el campo. En concreto, presentan la virtud de introducir, corregir o eliminar secuencias de ADN de manera totalmente dirigida y con precisión quirúrgica.
Hasta aquí, algún desconsiderado podría pensar que todas las revoluciones científicas necesitaron de genios y genias que se saltearan alguna regla. Cerebros iluminados que eludieran alguna norma; en definitiva, espíritus audaces y capaces de franquear los límites de las propias instituciones a las que pertenecían. No obstante, “el Frankestein chino» –así fue apodado a partir de este momento– fue demasiado lejos. Sus ansias de reconocimiento mundial lo llevaron a ignorar todos los manuales de ética habidos y por haber.
Según el fallo, adelantado por Xinhua –agencia oficial de China– el científico falsificó documentos y engañó a las parejas que se sometieron al experimento bajo pretextos tergiversados. En aquel momento, la polémica escaló de tal manera que más de 100 colegas de su propio país publicaron una declaración para despegarse de lo realizado y sancionaron la irresponsabilidad como “una locura”. Es una locura porque, hasta el momento, si bien la técnica empleada es muy prometedora –todos los años, de manera sucesiva, sus creadores resuenan como posibles premiados Nobel– no ha sido lo suficientemente perfeccionada. Se utiliza con cautela porque si no se manipula de manera correcta puede introducir problemas en lugares donde no los hay. Dijimos que su precisión era quirúrgica pero no infalible.
La historia de la ciencia y la tecnología ha demostrado, a través de innumerables ejemplos, que aquello que en un tiempo fue rechazado, con los siglos, obtuvo legitimidad científica y luego prestigio social. El conflicto con el trabajo realizado por He Jiankui es que, a pesar de estar disponibles, escogió burlar cualquier clase de protocolo. Sus conclusiones no fueron publicadas por los canales corrientes –revistas internacionales de prestigio– y, en efecto, el modus operandi no pudo ser juzgado ni replicado en laboratorios de otras partes del mundo. Su falta de rigurosidad puso en riesgo la vida de las gemelas. Aunque todavía no fue confirmado, para colmo de males, habría un tercer bebé víctima del mismo proceso.
De cualquier modo, proyectemos a largo plazo y, aunque resulte escabroso, démosle la derecha al científico chino con una hipótesis en forma de pregunta. ¿Qué hubiera pasado si, efectivamente, a partir de su experimento se materializaba la posibilidad de generar bebés resistentes al virus? Potencialmente podría abrirse una ventana hacia una nueva variante de estratificación social. Aquellos grupos sociales más pudientes podrían prolongar sus ventajas genéticas a gusto y piacere. Como alguna vez mencionó el prestigioso biólogo molecular Alberto Kornblihtt: “Tendríamos humanos hechos a medida”.