Butterfly fue el boliche que transformó la noche piquense en los 80. No quedan dudas. El día de su inauguración, el 24 de diciembre de 1986, pasaron autos y autos, en la famosa vuelta por el centro, frente al local mientras el cartel de neón anunciaba lo que vendría. El boliche tuvo capacidad para unas 1.200 personas. Dos plantas que completaban 730 metros cuadrados. “El público fue normalmente de 15 o 16 años en adelante, como ocurrió en todas las discotecas del país. Pero había de distintas edades, algunos de 40 años, que eran los menos, pero todos convivían. La mitad venía de otras localidades”, indica Juan Carlos Pavoni, el hacedor de la idea. El entrevistado habla del grueso del público, las y los adolescentes, porque después muchos se iban a estudiar a otras ciudades una carrera universitaria.
La noche es un momento casi «mágico» de libertad, donde los jóvenes se socializan sin la influencia del mundo adulto, sin sus normas y controles, se establecen vínculos interpersonales informales con un objetivo primordial: disfrutar el aquí y el ahora. En los 80 posdictadura, la noche se fue transformando con ese impulso.
Los disc jockeys y las tendencias musicales
Butterfly abría a las 12 de la noche, pero la norma de su público siempre fue ir más tarde, como para prolongar la noche. De 0.30 a 1 se pasaba rock nacional que estuvo a cargo en una época de Jorge Palezza. A las 2 se empezaba a bailar, cuando se hacía la apertura “oficial” de la pista con la “presentación”.
Los disc jockey (todavía no eran DJ) eran los grandes animadores. “En la época de Cascay estaban Zaninovich, el Pantera Bellezze, Lali Alomar. La gran mayoría se hizo en el boliche, comenzaban a ‘tocar’ una hora acompañando a otro, o antes de que empezaran a bailar, y se iban haciendo. Todos pibes que venían y se quedaban para aprender después siguieron: Bauducco, Guille Muñoz, estuvo mucho tiempo Pagna Lovan, entre otros. En la barra atendían chicos de la Universidad”.
Pagna Lovan fue uno de los disc jockeys, sobre todo de la última etapa de Butterfly. “Los DJ de entonces éramos un club de gente que escuchaba música, con gustos en común, no éramos profesionales. Tocaba uno una noche, tocaba otro en otra. Alomar fue uno de los principales en los comienzos de Butterfly”, afirma al ser entrevistado sobre la época, en la que era un adolescente. “Era todo vinilo, era un trabajo de pasar música más artesanal, donde los ‘empalmes’, hoy se les llama enganches, se hacían con el dedo en la bandeja. Se hacían las mezclas en vivo”, detalla.
Cada 15 días al disc jockey se le pagaba el pasaje para viajar a Buenos Aires y comprar 10 o 15 discos que no se conseguían en Pico. Lovan recuerda: “El boliche, el disc jockey, en esa época imponía los temas que eran tendencia. No había mejor acceso a la música entonces que el boliche. Lo último estaba en el boliche. Estamos hablando de la época que apenas comenzaba a funcionar las FM”.
“La música de los 80 –analiza Lovan- tuvo mucha riqueza con el surgimiento de nuevos estilos. En el boliche se escuchaba más internacional, era la transición de mediados de los 80 entre la música disco de fines de los 70 y la electrónica más dura de los 90. La fusión del tecno y el disco. El tiempo del Italo Disco, de música más europea que norteamericana o inglesa. El rock se pasaba, también el argentino, y se bailaba. Había muy poca, o casi nada, música de cumbia o tropical. Ese estilo se comenzó a pasar ya en los 90”.
La música de los 80 fue parte de la naciente cultura joven y quedó en la memoria emocional de una generación. El éxito actual que tienen las fiestas retro que se hacen en estos tiempos es la cara visible de ese fenómeno. Pero, ¿cuáles 80? En lo musical, hubo una década distinta para cada adolescente de la época, según el momento en que la vivió, si bien toda se fusiona y asocia en los recuerdos.
Hablando de esa música de boliche, están así los primeros 80 de ABBA, Bee Gees, Kiss, toda la onda disco, Village People. O los de fines de los 80: Depeche Mode, Pet Shop Boys, los remix, AHA, Europe, Roxxette. Los lentos, el soft metal, el new wave o new romantic derivado en música electrónica. El Virus de los comienzos, Soda Stereo de los finales. Sumo o Divididos. Los bailables de Vilma Palma y los nuevos ritmos con el ska de los Fabulosos o el reggae de Los Pericos. Los grupos españoles. Ya en lo popular, la cumbia y el cuarteto: Miguel Conejito Alejandro, la explosión de Sebastián, Alcides, Gary.
Y las bandas sonoras de películas como Top Gun, Mannequin, Flashdance, Mujer Bonita, Dirty Dancing. Una amplia gama musical que fue el soundtrack coral de los años de adolescencia y juventud de toda una generación.
Las noches ochenteras
“Butterfly demandaba mucho trabajo. Planificábamos todo. Yo lo tomé como una empresa, de ahí su permanencia. No era abrir la puerta y atender la gente. Trabajábamos una fiesta con 15 días de anticipación y los siete días previos ya estábamos publicitándola. Venía gente de Huinca Renancó, de Trenque Lauquen”, recuerda Pavoni. “Salíamos a pegar afiches en la semana, un día Trenel, Arata, Caleufú, La Maruja. Al otro día Metileo, Monte Nievas, Castex, Winifreda”, refuerza Follmez.
Los sábados a la noche General Pico llegaba a reunir a más de 4.000 personas tanto en Butterfly como en el salón de Ferro, donde se hacían los bailes populares. Eran dos circuitos diferentes, con gustos musicales distintos. “Se dividía la gente. Era bien marcado quien iba al boliche y quien a la bailanta. Uno podía ir a uno y después a otro, pero sabía que en ambos iba a escuchar música bien diferente”, indica Lovan.
Los consumos también se fueron transformando. “Consumo de alcohol no había tanto, no era tan generalizado. En Cascay comprabas una caja de 24 porrones de cerveza y te duraba un mes. Se tomaba otro tipo de bebidas, más blancas, whisky. En Butterfly fue más cerveza, si bien el auge de la cerveza se dio después, sobre los 90, porque variedad no había tanto antes. Con la apertura económica se da el auge de la cerveza con la lata importada”, detalla Pavoni.
La noche fue también cambiando. Y se notó. A fines de los 80 el Club Independiente abrió su propio boliche: Petroleum, en pleno centro sobre la 18. Empezó así la disputa sobre fines de la década entre los dos grandes locales nocturnos. Un ocurrente plasmaría un graffitti en pleno centro a metros de la parroquia: “No solo a Saddam lo cagaron con el Petroleum. JC Pavoni”.
Butterfly encaró la renovación. “Teníamos que hacer cambios porque a diferencia de ciudades más grandes, donde hay más oferta, en Pico siempre era la misma gente la que asistía a un solo boliche. Y eso produce desgaste, hay un acostumbramiento. Por eso tuvimos que ir marcando los tiempos como boliche de punta”, resalta Pavoni.
Testimonios
¿Qué significó Butterfly para la juventud de los 80? Para quienes transitamos nuestra adolescencia en esos años quedó como una referencia. Un testimonio da cuenta de qué lugar ocupó ese espacio en sus vidas.
Héctor cuenta: “El 24 de diciembre de 1986 le hablé en Butterfly a la que es hoy es mi señora, Marina, y el sábado 27 de diciembre, en Butterfly, me dijo que sí. ¡Lo que me costó encontrarla ese 27 de diciembre! Ese sábado, estaba lleno y habíamos quedado en encontrarnos esa noche por la respuesta. Este año vamos a cumplir 29 años de casados, nos casamos en 1991”.
“Butterfly es el inicio de nuestra familia, tenemos dos hijas, Anabella y Gianina. Ese boliche es un recuerdo imborrable para nuestras vidas. Nos emocionamos mucho con esta historia, porque así nació esta familia de cuatro”, confió Héctor.
Los nuevos tiempos
Para fines de los 80 comenzaron a desaparecer los grandes galpones. Hubo cambios arquitectónicos en los boliches. Butterfly modificó el 90% de su estructura interna, con una nueva iluminación llevada por los arquitectos de Roket, la disco que abrió en Bariloche en 1989. Pavoni lo reinauguró el 31 de mayo de 1991.
El país, mientras tanto, se cayó a pedazos con la hiperinflación, los saqueos, la salida de Alfonsín de la Casa Rosa y la llegada de Carlos Menem. “Tuvimos varias crisis económicas y financieras. Pero esos vaivenes nos tienen acostumbrados, nos fuimos adaptando. Cuando había problemas se sacaba el pie del acelerador, sin grandes inversiones”, explicó Pavoni. Las y los jóvenes mantenían esos espacios de esparcimiento a pesar de la crisis. Si no había plata, se pagaba solo la entrada, y no se consumía.
En el 92 ambos boliches llegaron a un acuerdo y se unificaron trabajando en forma conjunta en el local de Petroleum, que tenía más capacidad. Butterfly persistió hasta el 95, aunque solo para fiestas puntuales o para ser alquilado para eventos.
“Los chicos en los 90 eran más abiertos, más expresivos. Podías charlar más con ellos. Tal vez en los 80 eran más retraídos. Después se fueron liberando. Se animaron a más cosas. Ni mejores ni peores, fueron distintos”, indica el entrevistado.
Cuando los 90 tocaron fondo, agotada la convertibilidad, el mismo destino tuvieron muchos boliches, que acusaron la llegada de un nuevo siglo, quedando heridos de muerte.
La mención de Butterfly es una referencia para muchos que vivieron su juventud en los 80 en General Pico y localidades vecinas. Por eso resulta extraño para los que vivimos nuestra adolescencia en esa época que no haya lugar para su recuerdo en los tiempos digitales. Butterfly no figura en Google y hay apenas menciones en Facebook.
Con la distancia de los años, se puede entender por qué un boliche se convirtió en parte de la vida adolescente y juvenil de buena parte de una generación que fue su público durante un puñado de años. Su recuerdo quedó en la memoria de una generación no solo por haber compartido noches de salida y diversión, sino por haber sido un espacio con un sello que marcó la cultura juvenil de toda una época.
(*) Por Norberto G. Asquini (periodista e investigador)