viernes 8, noviembre, 2024, Eduardo Castex, La Pampa

El pampeano Juan Carlos Andreotti, los recuerdos a 44 años de su desaparición (*)

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Se cumple este domingo 44 años de la desaparición del santarroseño Juan Carlos Andreotti. En 2018, el Tribunal Oral Federal 6 condenó a prisión perpetua al genocida Miguel Etchecolatz y al ex jefe del Área Militar 112, Federico Antonio Minicucci a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad contra 125 mujeres y hombres en los centros clandestinos Puente 12 y la Comisaría 1 de Monte Grande. Uno de los hechos juzgados fue el de Andreotti.





En la construcción de la memoria en torno a Juan Carlos Andreotti, rescatamos tres testimonios. El primero, la biografía de su hermana María Rosa publicada en el Parque de la Memoria de la Ciudad de Buenos Aires. El segundo, el recuerdo de su amigo y compañero de la secundaria. En 2011, su promoción del Colegio Carlos Pellegrini en el aniversario de su graduación lo recordó en el blog https://carlospellegrini1971-andreotti.blogspot.com/2011/. Tercero, también de su hermana María Rosa, artista plástica, una muestra en su recuerdo.

El recuerdo de su hermana María Rosa

Nació el 31 de diciembre de 1952 en Santa Rosa. El menor de tres hermanos, tenía una diferencia de 6 años con Pacho (Alberto Ercilio Andreotti, 1946-2009), y ocho conmigo (Maria Rosa Andreotti, 1944). Poco antes de cumplir los siete años, el 5/12/1959 murió papá de muerte súbita. ¡Qué duro golpe! Por entonces, cuando volvíamos de la escuela, vos de la Nº 2 y yo del Colegio Nacional, nos esperábamos para jugar en mi cuarto recién alfombrado, en luchas cuerpo a cuerpo; más adelante nos unieron otras afinidades, entre ellas, la política.

Juan Carlos tenía 10 años cuando nos vinimos a vivir a Buenos Aires a fines de 1963. Vivíamos en Caballito, frente a la plaza Primera Junta. Terminó la escuela primaria en el Colegio Marianista de Caballito y el secundario en el Carlos Pellegrini. De esa época recuerdo que fue un buen estudiante, revoltoso, lleno de amigos y muy independiente. A principios de los años 70 ingresó en la UBA para estudiar Sociología. Allí, en plena efervescencia política, comenzó su militancia estudiantil en un grupo comunista, Poder Obrero. Por entonces conoció a Alicia Rais, estudiante de antropología, se casaron y en 1975 nació su hija, Mariela. Tenía entonces 22 años. ¡Era tan pibe! ¡Y tan adulto!

Muy activo, su vida se dividía entre la facultad, la militancia, la vida familiar y la inmobiliaria, Andreotti Propiedades, su fuente de ingresos y principal actividad hasta su desaparición. Simpático, entrador, decidido, había nacido para las relaciones públicas, tenía excelente relación con sus pares y con los adultos, y como si eso fuera poco, también era muy apuesto, así que muy tempranamente tuvo éxito en cuanto emprendía. Sus compañeros, sus amigos, mis amigos, la parentela, todos lo querían. Era, por sobre todas las cosas, un ser humano sensible, cariñoso, jovial, generoso y solidario. Tanto la familia como los amigos siempre lo sabíamos ahí para dar una mano. Tenía una sonrisa franca, era muy vital, desbordaba energía.

Estaba convencido de que la acción política era ‘la única vía para cambiar la sociedad’, quería para otros chicos lo que podía darle a su pequeña hija, tenía ideales y actuaba en pos de ellos ….

Ese día de octubre del ’76 que vino a verme, estaba bajoneado, triste. Había perdido el rastro de dos de sus amigos de militancia y otros se las ‘estaban tomando’. Mamá le ofreció ayuda para emigrar. La rechazó, su militancia de fervor y coraje te decía que no podía ‘abandonar a sus compañeros, su lucha’.

¿Por qué no lo retuve? (¡Como si hubiera podido!) ¿Por qué lo dejé ir? Fue la última vez que lo vi. El 25 de octubre de 1976, a las 6 de la tarde, después de probarse un saco en el negocio de su suegro allá por Canning al 600 (ahora Scalabrini Ortiz), dijo que se iba a tasar un departamento; en algún momento, antes o después de esa gestión (en realidad, emboscada), lo secuestraron y pasó a ser un desaparecido. Faltaban dos meses para que cumpliera 24 años.

«Una maldita ráfaga», el recuerdo de su amigo Carlos Ayuso

A Juan Carlos su Santa Rosa natal le quedaba chica. Por esa razón dejó su ciudad, donde nació el primer día del año 1953 y rápidamente comenzó a aporteñarse, sin renegar jamás de su origen pampeano.

En Buenos Aires, vivía en el departamento de su familia en la zona de Primera Junta, sobre la Av. Rivadavia, (que el Grupo Manal hacía más famosa en aquellos años) en el 1 «C» a metros de «Banchero Oeste». Ese Banchero que en su primer piso nos vio comer las primeras pizzas fuera de casa y descubrir que la cerveza suelta era más rica que la embotellada. Donde nos reuníamos para estudiar, aunque le dedicábamos más tiempo a hablar de fútbol, de las chicas del Colegio o del mundo que intentábamos descubrir en los orígenes de nuestra adolescencia, que a los requerimientos de Bellagamba, Corvellini, Verra, Chimienti, Teófilo Moreno, Rosenweig, Labastie y Cía.

Cuando repetí 3er. año no compartimos más bancos ni aulas, pero los domingos por la mañana caminaba 4 cuadras hasta el teléfono público y marcaba 99-0142 para combinar donde nos encontrábamos para ir a ver a Boca. De local siempre y de visitante cuando podíamos. Mantengo fresco el recuerdo de su admiración por el jugador Savoy, que pasó por Boca cuando su rendimiento ya no era el mejor y yo rogaba que jugara bien, porque cuando la «tribuna» lo criticaba, Juan Carlos salía en su defensa con discusiones que generalmente terminaban en gesticulaciones e insultos, hasta que una tarde en el «viejo gasómetro» de Av. La Plata nos fuimos a las manos en evidente inferioridad numérica, éramos dos contra el resto. Solo la agilidad de nuestra juventud nos permitió escabullirnos entre el público y seguir viendo el partido «tranquilos» desde otro lugar.

El paso del tiempo hizo que las horas de ocio le fueran dejando lugar al estudio, al trabajo, a la novia y le fuimos quitando espacio al fútbol y comenzamos a vernos con menor frecuencia.

El destino quiso que Juan Carlos ingrese a la trabajar al lugar donde trabajaba mi cuñada.

En 1975/76, fui con mi novia (actualmente mi esposa) a su departamento de Palermo para conocer a su hija recién nacida. A fines de octubre del 76, mi cuñada me dijo asombrada que mi amigo había dejado de ir a trabajar sorpresivamente, sin avisar a nadie. Pasó el tiempo y continuaba el misterio. Incrédulamente suponíamos que había regresado a La Pampa.

Nunca supe que ráfaga se lo llevó, precisamente debe ser por eso que cuando regreso a mi casa, por Rivadavia prefiero no doblar en Centenera y seguir por la avenida, aunque el tránsito se haga más lento. Será porque al pasar frente al número 5447 guardo la esperanza de volver a verte, así como cada 1ro. de enero alzo mi copa pensando en presente pero sintiendo en pasado

La memoria de Juan Carlos, a través del arte

La memoria de Andreotti también fue rescatada por su hermana María Rosa a través del arte. Dibujó la imagen Juan Carlos con los números que van desde el 1 hasta los 30.000, un esfuerzo emotivo y un señalamiento que describe a los desaparecidos en su conjunto.

La obra se llama «Uno de treinta mil». Son veinte imágenes de 19x24cm – 125x125cm aprox. papel de calco, microfibra negra.

Por Norberto G. Asquini (periodista e investigador)

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