Olympe des Gouges, pionera del feminismo, fue revolucionaria entre revolucionarios. Cuando la Revolución Francesa declaró los Derechos del Hombre y el Ciudadano, Olympe proclamó los Derechos de la Mujer y la Ciudadana. Eran tiempos duros, tumultuosos y peligrosos y Olympe resultó mártir de sus ideas.
La Revolución Francesa cuestionó las ideas políticas de su época con profundidad implacable, aunque el patriarcado no fue puesto en duda. Sí cambiaron radicalmente las ideas sobre el origen del poder. Antes, el rey gobernaba por derecho divino. Después, la soberanía pasó al pueblo llano. A los gobernantes, apenas se les concedía el poder que los ciudadanos les otorgaban temporalmente.
SUS ORÍGENES
Cuando Olympe nació, en 1748, sólo los nobles tenían derechos. Su padre, maestro carnicero, era súbdito del rey y la condición de ciudadano no existía. Olympe fue bautizada Marie Gouze y casada a los 16 años con un socio de su padre, 30 años mayor que ella. No fue una unión feliz.
“El matrimonio religioso es la tumba de la confianza y del amor“, escribió más tarde.
Tuvo un hijo, pero quedó viuda muy pronto. Con ese niño se trasladó a París, donde vivía una hermana mayor.
Cambió su nombre a Olympe des Gouges, y se relacionó con Jacques Biétrix de Rozières un rico contratista naval. Rozières le ofreció matrimonio, pero Olympe lo rechazó aunque la relación sentimental siguió. Solvente económicamente, Olympe pudo darle una educación esmerada a su hijo y entrar al mundo de los salons. Los salons, que proliferaban en París, eran reuniones sociales de corte intelectual que estaban de moda en el siglo de las luces, como llamaban en la época al siglo XVIII. Época de cambios, comenzada en forma teórica por los enciclopedistas: Rousseau, Diderot, Voltaire y otros, pero que pronto iba a sacudir a Francia.
ABRIÉNDOSE CAMINO EN EL MUNDO DEL TEATRO
Olympe comenzó a escribir obras de teatro, aunque no estaba bien visto que una mujer fuera autora teatral. En París, también se dedicó a ampliar y pulir su limitada educación de burguesa de provincias. Escribió muchas obras, algunas aceptadas, aunque no todas representadas en la Comédie Française. Formó también una pequeña compañía teatral con la cual recorrió los alrededores de París.
Sus obras no eran puro entretenimiento, fueron concebidas a favor de los oprimidos y los menos privilegiados. Olympe tuvo la audacia de escribir una obra en contra de la esclavitud. Fue admitida para ser leída en la Comédie, pero no representada dado que muchas grandes fortunas de Francia dependían del tráfico y explotación de esclavos, como el comercio del azúcar que se cultivaba en Haití.
La autora de la pieza fue amenazada de muerte. Sus enemigos obtuvieron una orden para detenerla en la Bastilla, la odiada y temida prisión real, pero Olympe tuvo protectores que consiguieron retirar esa orden.
LA TOMA DE LA BASTILLA
Así estaban las cosas cuando el rey, frente al descontento popular y las sugerencias de algunos aristócratas influidos por las nuevas ideas, llamó a los Estados Generales, pero no pudo evitar el estallido. El 14 de julio de 1789 el pueblo tomó la Bastilla y ya nadie pudo detener la vorágine de la Revolución.
Olympe participó activamente, escribiendo prolíficamente proclamas y ensayos, pero sin poder ser elegida para integrar la Convención ni ningún cargo público por ser mujer. En el comienzo de la Revolución, las mujeres, en particular las de las clases populares, participaron decisivamente. Marcharon para traer al rey desde Versalles a París, y pusieron el cuerpo en todas las movilizaciones callejeras. Pero oficialmente estaban impedidas de hablar o manifestarse en los debates de la Convención.
Olympe se rebeló contra esto. Admiradora de Rousseau, en este punto disentía frontalmente con el maestro. Según Rousseau, la mujer debía ser educada, obediente y sumisa frente al varón, cosa considerada como ley natural, y por supuesto, muy conveniente para los hombres. Muy pocos pensaban distinto. Solo algunos, como Nicolas de Condorcet y su mujer, Sophie de Grouchy, amigos de Olympe, apoyaron la igualdad en el intelecto y en los derechos de ambos géneros. Estaban en franca minoría frente a sus contemporáneos. En 1791, Olympe publicó los Derechos de la mujer y la ciudadana, pero su efecto práctico fue escaso. Ironía trágica de la historia: refiriéndose a la pena de muerte vigente, que no distinguía géneros, incluyó la frase:
Su lucha en otros campos fue más fructífera. Se llegó a un decreto aboliendo la esclavitud en la primera etapa de la Revolución, aunque no duró demasiado. Pronto vino la restauración de la esclavitud, la rebelión de esclavos en Haití, su represión y finalmente la independencia de la isla. Olympe no llegó a verlo porque enfrentó su propio destino trágico antes que el de Haití.
En 1793 la Revolución atravesó una etapa crítica. Derrotas en batallas, matanzas de presos opositores, juicio y guillotina para Luis XVI. Olympe se ubicó entre los republicanos más moderados, los Girondinos, que perdieron el poder a manos de los Jacobinos, más extremistas. Marat, Danton y Robespierre instauraron el terror y las ejecuciones en serie. La derrota de los Girondinos llevó a muchos de ellos al cadalso.
TIEMPOS DE GUILLOTINA
Olympe, enfrentada a los Jacobinos, cayó también. Fue encarcelada, juzgada sumariamente con los arbitrarios parámetros del momento y el 3 de noviembre de 1793, murió en la guillotina. Luis XVI había sido ejecutado a principios de ese año. Unos meses después, sus verdugos, Dantón y Robespierre fueron, a su vez, víctimas de la guillotina.
En la vorágine del terror, ser mujer podía ser favorable para no llegar al azaroso juicio sumario, con condena prácticamente asegurada. En el caso de Olympe, su género fue probablemente un agravante. La condena parece desproporcionada al peso político real de sus ideas, un escarmiento por enfrentar frontalmente al patriarcado. Un femicidio cometido por el Estado.
Hoy las ideas precursoras de Olympe de Gouges, tienen aceptación masiva, aunque no universal. Dos siglos después de la muerte de Olympe, su lucha continúa.
(*) Una traducción española de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana pueden leerse acá
(**) Por Javier Luzuriaga es socio de Página/12 y físico jubilado del Centro Atómico Bariloche- Instituto Balseiro.