Un aficionado al turf casi produce un accidente de proporciones en Nueva Zelanda, al invadir la pista en pleno desarrollo de una competencia. El apostador neocelandés, en aparente estado de ebriedad, ingresó a la recta final del hipódromo cuando los caballos atropellaban en busca de la victoria.
De milagro, no pasó nada. Los caballos, sabios ellos, lo esquivaron y no se accidentó ni el apostador, ni los equinos ni los caballos. Ocurrió en la octava competencia del hipódromo de Trentham, a 150 metros del disco.