viernes 29, noviembre, 2024, Eduardo Castex, La Pampa

Hace 30 años Gorbachov transmitió la crónica de una muerte anunciada: el fin de la URSS

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El 25 de diciembre de 1991, hace 30 años, en un previsible discurso televisado de un minuto y 12 segundos de duración Mijail Gorbachov le bajó el telón definitivamente a 74 años de historia: anunció su renuncia como Presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), lo que significó el final del enorme bloque de 15 naciones que en su etapa de gloria había peleado el liderazgo mundial mano a mano con Estados Unidos.





Fue la crónica de una muerte anunciada, la confirmación del mandato del Tratado de Belavesha firmado 17 días atrás por los presidentes de un puñado de aquellas repúblicas, que en realidad habían escrito en tono diplomático y jurídico lo que todas reclamaban, al menos desde la caída del Muro de Berlín, dos años antes.

La URSS había salido a la vida con el ímpetu de todas las experiencias vitales que sobreviven a una etapa superada y sepultada: el fin de la época zarista.

Bajo la conducción de Vladimir Lenin primero, y sobre todo de Joseph Stalin después, Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Estonia, Georgia, Kazajistán, Kirguistán, Letonia, Lituania, Moldavia, Rusia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania y Uzbekistán pasaron a ocupar un territorio dos veces y medio más grande en superficie que el de Estados Unidos.

Más aún: una sexta parte de la tierra ocupada en el planeta albergaba a estos pujantes pueblos que en el proceso lograron salir de la opresión de la realeza para pasar a ser parte de un inmenso engranaje económico conducido por un comité partidario y un estratega líder totalitario que los supo convertir en millones de operarios de las iniciáticas industrias que aparecieron en el mundo y trabajadores de las tierras que iban a darles de comer.

Por entonces, esa era la nueva vida que esperaba a los soviéticos. No eran tiempos para discutir otros horizontes: las purgas ordenadas por Stalin estaban a la orden del día.

El triunfo de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, en esa incómoda entente que reunió a estadounidenses, franceses, británicos y soviéticos llevó a la URSS a convertirse en uno de los dos grandes polos del planeta, con la incorporación del bloque oriental, dividido por al menos 45 años más con el occidental por el infame Muro de Berlín.

Los años de la Guerra Fría pusieron a la URSS y los países que habían quedado detrás de la denominada Cortina de Hierro como protagonista de aquella lucha por el liderazgo mundial, fuera en la carrera espacial, en la economía y hasta en el deporte.

Pero los tiempos fueron corriendo, y el modelo socialista no supo o no pudo responder al crecimiento demográfico y a la búsqueda de nuevas estrategias para que sus pueblos pudieran alimentarse, estudiar y trabajar dignamente.

El primer llamado de atención provino de Checoslovaquia en 1968. La Primavera de Praga fue un grito por «socialismo en libertad».

Los tanques militares aplastaron la revolución ciudadana, pero no podían cambiar la otra realidad, la de las penurias económicas, y la desesperanza de los pueblos siguió creciendo, junto con quienes, a cuentagotas, lograban escapar y pasar al que consideraban el «mundo libre», que los recibiría con generosidad, aunque pronto les demostraría la cara más dura del capitalismo.

De la Conferencia de Yalta de 1945, que terminó por perfilar los dos grandes bloques mundiales hasta la Primavera de Praga pasarían apenas 23 años, y de aquella revolución reprimida sin contemplaciones hasta aquel 25 de diciembre de 1991, 23 años más. Ni uno más. Ni uno menos.

Claro que dos años y 55 días antes de aquel discurso de Gorbachov de 72 segundos había pasado algo que iba a marcar a fuego los tiempos que seguirían: la caída del Muro de Berlín, el comienzo del fin de la era bipolar.

Aquella gesta histórica que derribó la pared que dividía las dos Alemanias ocurrió el 9 de noviembre de 1989, cuatro años después de que Gorbachov asumiera la presidencia de la URSS y comenzara a implementar la Perestroika, una reforma económica destinada a desarrollar una nueva estructura interna de la URSS, convencido de que el modelo, tal como estaba, se había agotado.

La transformación soñada por aquel líder que en marzo último cumplió 90 años no alcanzó, y a poco del suceso de Berlín comenzaron a levantarse los pueblos y autoridades de las distintas repúblicas, hasta llegar al Tratado de Belavesha, con fuerte protagonismo del jefe del Estado ruso, Boris Yeltsin, que significó la firma del certificado de defunción del otrora poderoso bloque soviético.

 

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