Las macrogranjas ganaderas “producen olores insoportables, riesgo de contaminación y despoblación”, son “mayoritariamente rechazadas por los vecinos” y hay “informes médicos que alertan de sus consecuencias para la salud pública”. No lo dijo Alberto Garzón, el ministro de Consumo y dirigente de Unidas Podemos al que la oposición de derecha no para de atacar en estos días en España, sino el Partido Popular de la región de Castilla-La Mancha, en 2018. Es decir, esa misma oposición, en una de las comunidades autónomas donde la cuestión preocupa hace tiempo.
Pero ahora exigen la renuncia de Garzón por haber declarado en una entrevista más o menos lo mismo: que las macrogranjas contaminan los suelos y el agua, aumentan las emisiones de gases y producen carne de peor calidad. El ministro abogó en favor de la ganadería extensiva, ambientalmente sustentable. En el PP dicen que es “indignante”.
En realidad, lo que Garzón dijo a The Guardian fue lo que todos ya sabían: que las macrogranjas son un problema. Sobre todo, pero no únicamente, por su impacto ambiental. Aunque no existe una definición técnica precisa, suele llamarse así a grandes explotaciones industriales de ganadería intensiva, no integradas al entorno natural, que están desplazando a las pequeñas y medianas granjas tradicionales. En esos enormes criaderos cerrados, recurriendo a formas mecanizadas de alimentación y tratamiento de desechos, hay miles de animales (principalmente cerdos, pero también vacas, aves y otros) que viven amontonados en entornos artificiales donde se busca alimentarlos y utilizarlos lo más rápido posible, para maximizar la producción y las ganancias.
El impacto económico es evidente: desde 2015, creció en tres millones el número de animales en explotaciones ganaderas españolas, pero hay once mil granjas menos. Aumentó la concentración, perjudicando a los productores tradicionales, que no pueden competir. Se genera cada vez menos empleo, avanza la deforestación, se reduce la diversidad de los cultivos porque hay que alimentar a más animales en menos tiempo, crece la emisión de gases perjudiciales para el ambiente, como el metano y el amoníaco, se contaminan los acuíferos y se vacían los pueblos. Según un informe de Ecologistas en Acción sobre ganadería y despoblación rural, el 74% de los municipios con este tipo de granjas industriales sufre un menor crecimiento o directamente una pérdida de habitantes.
En 2018, la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA) española pidió al Parlamento Europeo la prohibición de las macrogranjas, afirmando que son una amenaza para Europa y que “no están integradas en el entorno natural, como sí lo están las pequeñas y medianas explotaciones familiares, por no hablar del peor nivel que tienen en cuanto a bienestar animal”. Distintos partidos políticos de izquierda y derecha –inclusive, como vimos, el PP– han apoyado campañas contra esta forma de explotación y promovido reformas legales para frenar su expansión.
Pero ahora, según la oposición de derecha, Garzón “no tiene la más puñetera idea” y lo que dijo es “vergonzoso”. Fueron las palabras de la dirigente ruralista y portavoz popular en Castilla-La Mancha, Lola Merino. Agregó que las opiniones del ministro –similares a las que su propio partido se apuró a borrar en Twitter– fueron “insultantes” y propias de una izquierda “radical”. “Esto es el intervencionismo comunista”, derrapó más tarde Pablo Casado, presidente nacional del PP.
En los últimos años, alcaldes y dirigentes de ese partido participaron de manifestaciones contra las macrogranjas e hicieron declaraciones más duras que las de Garzón, además de divulgar en sus redes convocatorias a protestas en distintas ciudades, declaraciones de apoyo a la ganadería extensiva y hasta videos donde se solidarizaban con “los pueblos vecinos que están luchando” contra las macrogranjas. Sin embargo, este último jueves, sus diputados votaron en contra, en el parlamento castellano-manchego, de una medida que paraliza hasta 2025 la concesión de permisos para construir nuevas instalaciones de ese tipo o ampliar las existentes. Una medida que nunca habían cuestionado y con la que ayer nomás parecían estar de acuerdo. Es más, según un relevamiento de El País, el Partido Popular apoyó iniciativas contra las macrogranjas en al menos 40 municipios de España.
Ahora dicen que las macrogranjas no existen. Dicen, también, que las macrogranjas –bueno, sí, existen– son “una actividad económica que genera empleo y cumple rigurosamente con una normativa medioambiental muy exigente y de sanidad y de bienestar animal”. O bien que, si existieran –otra vez no– sería ilegales. O bien que son “una cortina de humo” del gobierno. Algo de todo eso, o todo al mismo tiempo. Lo que sí no existe más son los tuits de apoyo a la campaña “Stop Macrogranjas” del PP de Castilla-La Mancha, porque los borraron, como borraron lo de los olores, la contaminación, la despoblación y los informes médicos. Cuenta oficial, verificada.
Y ahora Pablo Casado, cada vez más hiperbólico desde que disputa el liderazgo de la extrema derecha española con Isabel Díaz Ayuso y Santiago Abascal, habla día y noche sobre Garzón, su nuevo villano favorito. El último viernes, en un acto insólito que parecía salido de alguna de las puertas del Ministerio del Tiempo, lanzó la campaña “Más ganadería, menos comunismo” (sic) durante su visita a una explotación ganadera extensiva en la ciudad de Las Navas del Marqués. Sí, dijimos bien: extensiva, exactamente el modelo defendido por el ministro rojo. ¿Entonces por qué tanto lío? Quizás ayude saber que Las Navas del Marqués no queda en Castilla-La Mancha, sino en la vecina Castilla y León, donde hay elecciones en febrero y la derecha apuesta a la reelección del actual presidente de la Junta, Alfonso Fernández Mañueco, que tampoco para de atacar a Garzón, tergiversando sus palabras. En campaña, vale todo.
En su programa político, el PP regional presidido por Mañueco defiende “la ganadería extensiva como modelo ejemplar de producción sostenible en términos medioambientales, social y económico, porque (…) contribuye al mantenimiento del paisaje, la biodiversidad, el desarrollo socioeconómico del medio rural”. Ahora veamos, según The Guardian, las palabras de Garzón: “La ganadería extensiva es ambientalmente sostenible y tiene mucho peso en partes de España como Asturias, parte de Castilla y León, Andalucía y Extremadura”. Y luego: “Lo que no es para nada sostenible son esas llamadas macrogranjas (…) Encuentran un pueblo en una parte despoblada de España y ponen 4.000, o 5.000, o 10.000 cabezas de ganado. Contaminan el suelo, contaminan el agua y exportan esta carne de mala calidad de estos animales maltratados”.
¿Fue por esas declaraciones que se armó semejante polémica? No. El secreto está en las otras macrogranjas que la extrema derecha viene instalando en todo el mundo: las de fake news.
En medios especializados en fabricar mentiras, como el OKdiario, repiten a diario que Garzón dijo que “España exporta carne mala de animales maltratados”. España. Políticos de derecha citan esa frase y la mantienen en los trending topics. En las últimas semanas, el pasquín digital de Eduardo Inda publicó decenas de notas insistiendo con la tergiversación, aprovechada por Casado, Mañueco y otros dirigentes del PP y VOX. Otros medios gráficos, televisivos, radiales y digitales de derecha no solo reproducen la falsa cita, sino que la incluyen también cuando mencionan críticas de la oposición, usando la fórmula “[dirigente del PP/VOX] critica a Garzón por haber dicho que [lo que no dijo]”. Además de “carne mala”, algunos, como la ya mencionada Lola Merino, inventaron también que Garzón había hablado de “carne contaminada”. Un disparate. En todos los casos, parecía que el ministro estuviese refiriéndose de toda “la carne española” de exportación y no a un tipo específico de explotación que muchos productores ganaderos también cuestionan. Las redes sociales y las aplicaciones de mensajería instantánea hicieron el resto del trabajo sucio, viralizando el “bulo”, como le llaman aquí. Las elecciones autonómicas en Castilla y León son el trasfondo de este circo.
En campaña en esa región, Casado está de gira por el campo, visitando a ganaderos para sobreactuar su apoyo al sector ante lo que califica como un “ataque” del gobierno contra la carne española. Pero su discurso electoral sobre el comunismo imaginario en la visita del viernes a Las Navas del Marqués lo pronunció al aire libre, bajo el sol, rodeado de verde, con vacas pastando en libertad y árboles al fondo. Dijo entonces que España tiene “la mejor carne del mundo” y que los ganaderos “conocen a las vacas por su nombre”. Hubiese sido más difícil sostener esas palabras en un gigantesco espacio cerrado con corrales de concreto y rejas de metal, llenos de cerdos amontonados, sin verde, vacas ni ganaderos que sepan sus nombres.
Es decir, Casado criticó a Garzón en un lugar como los que defiende Garzón, por haber criticado otro tipo de explotación que no hubiese quedado tan bonita ni convencido a ningún elector si la usara como decorado de su spot de campaña.
Para empeorar, más de un dirigente del PSOE buscó despegarse del ministro y hasta el presidente Pedro Sánchez le quitó el cuerpo, pareciendo dar por buena la cita tergiversada por la derecha y provocando malestar en sus socios de la coalición de gobierno. El episodio me recuerda lo sucedido en Brasil más de diez años atrás, cuando Jair Bolsonaro y sus aliados de la bancada evangélica atacaron con mentiras y tergiversaciones un programa contra el bullying homofóbico en las escuelas que iba a poner en marcha el gobierno del PT. La presidenta Dilma Rousseff trató de despegarse, cancelando la iniciativa del Ministerio de Educación, un proyecto serio que nada tenía que ver con lo que decía la ultraderecha, que hablaba de un “kit gay” para “adoctrinar” a los niños en la homosexualidad, como si tal cosa fuera posible. Ciertos medios también usaron repetidamente en sus titulares la fórmula: “[político de derecha] critica el [inexistente] kit gay”, como si existiera. Al dar por buena la mentira, la presidenta cayó en la trampa que le había puesto la extrema derecha. No se animó a enfrentar una fake news, retrocedió y, desde entonces, el falso “kit gay” persiguió al PT hasta la campaña de 2018. Un error que el gobierno español no debería cometer.
En medio de tantas pavadas y mentiras, Pablo Casado dijo este viernes que “no me parece” que las macrogranjas contaminen. Qué importa lo que digan los estudios científicos: a Pablo no le parece y punto. Agregó algo sobre el “procesamiento de los procesos” y siguió hablando sobre el fantasma del comunismo que quiere acabar con la carne española.