A los 20 años anuló a “O Réi” Pelé en un partido ante el mítico Santos. Tras brillar en Atlanta y Newell‘s, protegido por el empresario Carlos Blaquier, Kairuz fue DT de Atlético Ledesma de Jujuy. Con el golpe, el hombre de fútbol dejó paso al represor: participó en la desaparición de 30 obreros del ingenio azucarero. Hoy enfrenta un juicio por delitos de lesa humanidad.
Es casi una burla del destino que su día de gloria en el fútbol ocurriera durante una derrota (por 2 a 0) del equipo que integraba.
Fue el 13 de enero de 1966, cuando un combinado de la Federación Tucumana jugó como local un amistoso nada menos que con el Santos de Pelé. Y él, Juan de la Cruz Kairuz, de 20 años, hasta entonces un ignoto defensor, descolló por marcar sin tregua a “O Rei”, al punto de anularlo. El tipo parecía iluminado. En las tribunas rugía su apellido cada vez que “cortaba” un avance del jugador más habilidoso del planeta, mientras los comentaristas se atragantaban con elogios hacia él.
En el palco del estadio, el aún joven Carlos Pedro Blaquier lo aplaudía a rabiar. Ese sujeto noviaba con Nelly Arrieta Wolmann, hija de Emilio Arrieta, nada menos que el principal accionista del Ingenio Ledesma, el más próspero de Jujuy. Y sabía que su futuro suegro tenía grandes planes corporativos para su persona. Pero ese jueves no pensaba en ello. Por el contrario, abducido por la oleada de euforia generada por el desempeño de Kairuz con la pelota, lo fue a saludar al vestuario. Y le extendió su tarjeta personal.
–Usted tiene un gran porvenir. Cuando ande por Jujuy, venga a verme –fue su despedida.
Blaquier no se equivocaba. Lo cierto es que aquel partido sería el boleto de Kairuz a la liga nacional.
Cinco meses y medio después, el teniente general Juan Carlos Onganía derrocó al presidente constitucional Arturo Illia. Una de sus primeras medidas fue clausurar por decreto todos los ingenios tucumanos. Y Ledesma pasó a ser de golpe –nunca mejor dicho ese vocablo– el monopolio nacional del azúcar.
Blaquier, ya unido en el santo sacramento del matrimonio con doña Nelly, ocupó un sillón en su directorio. Al cabo de dos años y medio, el suegro puso en sus manos el control absoluto de la empresa. A partir de ese instante se convirtió en uno de los magnates más poderosos del país.
Pero cuando sus obligaciones se lo permitían escudriñaba en los diarios las hazañas de su admirado jugador. La carrera de Kairuz seguía en ascenso.
Un marcador todo terreno
A solo dos meses del partido con Santos, debutó en el Metropolitano con la casaca de Atlanta. Allí supo destacarse como un habilidoso lateral izquierdo, en un plantel formado por Carlos Timoteo Griguol, Héctor Lazzarini, “Perico” Raimondo, Carlos Biasutto y Juan Carlos Puntorero, entre otros. Kairuz estaba en la cima. De hecho, un artículo del 4 de abril de 1967 en el diario “Crónica” lo describe como “un marcador con elogiable tendencia ofensiva, audaz en el ataque, tipo Díaz o Marzolini”. Claro que también sería un notable marcador en otras clases de canchas. Pero sigamos con el fútbol.
En 1968 pasó del club de Villa Crespo a Newell’s, junto con Puntorero, a cambio de 18 millones de pesos, una cotización record en aquella época. Los valía, y estaba en camino a convertirse en un ídolo. Tanto es así que la revista “El Gráfico”, en su segundo número de aquel año, publicó un enorme poster con su estampa de cuclillas, luciendo la camiseta de los “leprosos”. La vida le seguía sonriendo. Sin embargo, en ese equipo su desempeño fue más discreto, aunque seguía cosechando elogios. Por caso, el diario “Clarín” pondera –el 8 de agosto “su versatilidad ofensiva para atravesar el campo de juego, poniendo así en apuros al arco rival”.
Pero una grave lesión en una rodilla lo dejó afuera del equipo por varias semanas. A su regreso, ya no fue el mismo. En realidad, de aquella mácula anatómica jamás se recuperó. Entonces fue sumado al plantel de San Martín de Tucumán y colgó los botines, a fines de 1975, después de una olvidable temporada en Gimnasia y Esgrima de Jujuy.
La vida ya no le sonreía: a la depresión propia del retiro se le añadía una precaria situación económica. Fue en ese preciso momento cuando le vino a la mente aquella frase que, hacía ya nueve años, don Blaquier le dijera: “Cuando ande por Jujuy, venga a verme”.
Dicho y hecho. De su encuentro con él le salió un conchabo: director técnico de Atlético Ledesma, el club deportivo del imperio azucarero con sede en la pequeña ciudad de Libertador General San Martín. Además le brindó una cómoda vivienda en el inmenso predio del Ingenio.
Fue allí donde Kairuz también hizo buenas migas con otro protegido de Blaquier: el teniente coronel José Bardaro, quien acababa de ser designado nada menos que jefe de la Policía de Jujuy. Aquel vínculo se vio favorecido por el fanatismo del militar por el fútbol.
Sobrevino entonces el fatídico 24 de marzo de 1976.
Durante la madrugada de aquel miércoles fue secuestrado quien hasta entonces fuera el intendente de Libertador General San Martín, Luis Aredez. El operativo fue realizado por una patota militar que se desplazaba a bordo de una camioneta del Ingenio Ledesma.
Entre el 20 y el 27 de julio de 1976 fue cortado el suministro eléctrico en la ciudad, mientras policías, gendarmes, militares y capataces de la empresa procedían al allanamiento y el saqueo de todas las viviendas. En vehículos de la empresa, 500 trabajadores, estudiantes y profesionales fueron llevados a los galpones del Ingenio, donde permanecieron atados y encapuchados por tres meses, en medio de interrogatorios y torturas. Sólo algunos recuperaron la libertad; el resto terminó en cuarteles y cárceles. Unos 30 están desaparecidos, entre ellos, el sindicalista Avelino Bazán. Aquel episodio pasó a la posteridad como “La Noche del Apagón”.
Aredez, mientras tanto, seguía cautivo en las mazmorras de la dictadura. Recién lo liberaron el 5 de mayo de 1977. Pero nueve días más tarde volvió a caer en las garras de los represores. Esta vez para siempre.
Exactamente al mes, luego de celebrarse una misa en su memoria, una patota policial irrumpió en su domicilio.
Ricardo Aredes, por entonces de 16 años, es el menor de los tres hijos que aquel médico tuvo con Olga –la fundadora de Madres de Plaza de Mayo en Jujuy–, y guarda vívidos recuerdos de ese episodio:
“Cuando acabábamos de llegar a casa, tocaron el timbre. Atendí yo y me tiraron la puerta para atrás. Entraron en gran cantidad militares con uniforme y ametralladoras que estaban comandados por Kairuz, que en esa época era técnico de Atlético Ledesma. Me quedó su imagen porque a cada momento salía entrevistado en los diarios. Y cuando entró a punta de pistola, se llevó un montón de cosas. Estaba vestido de civil. Y daba las órdenes”. Tal fue su relato durante una entrevista realizada en 2005 por el periodista de “Página/12”, Gustavo Veiga.
Ahora también se sabe que Kairuz participó en “La Noche del Apagón”, además de su habitual presencia en el centro clandestino de Detención (CCD) que funcionó en la Jefatura de la Policía de Jujuy.
Beneficiario de la impunidad que le conferían las leyes de “obediencia debida” y “punto final”, ya en 2001 deslizó en forma edulcorada, durante una entrevista para “El Gráfico” realizada por Pablo Llonto, su paso por el aparato represivo de la última dictadura: “El Jefe de la Policía de Jujuy (Bardaro) era hincha de fútbol y me ofreció el puesto. Se puede decir que fui, lo que se dice hoy, un favorecido, un ñoqui”.
El miedo de Kairuz al tiro penal
En esa época seguía alternando su trabajo de esbirro con la dirección técnica de Atlético Ledesma. Luego, sin que la Justicia aún lo alcanzara, tuvo idéntica funciones en varios clubes: Juventud Antoniana, Central Norte –de Salta– y San Martín de Tucumán. Recién se retiró de la actividad futbolística a fines de 2004, cuando dirigía el plantel del Atlético Policial de Catamarca. Allí, desde luego, se sentía a sus anchas.
Ya entonces el pasado comenzó a acecharlo. Y en semejante vicisitud, su mandante, don Blaquier, no le pudo dar una mano.
Él mismo tenía sus problemas, los cuales –es justo reconocerlo– supo torear con destreza y con la oportuna ayuda de sus amigos.
Lo cierto es que el “Zar del Azúcar” es un hombre múltiple. En algunas librerías aún se pueden encontrar sus obras ensayística; entre éstas de destaca “El milagro griego”. En sus páginas vuelca su lúcida mirada sobre el mundo helénico, destacando que esa civilización se erigió en “la gran conveniencia de limitar la cantidad de ciudadanos”, y sostiene aquella tesitura con un dato de suma utilidad para las sociedades contemporáneas: “En la antigua Grecia, los esclavos del Estado cumplían funciones de vigilancia y de policía”. Es posible que al respecto pensara nada menos que en Kairuz.
Pero el destino fue desigual con ellos.
Por los delitos de lesa humanidad en Jujuy, en 2012 fueron procesados 23 policías y militares (entre ellos Kairuz), además de Blaquier y un antiguo gerente, Alberto Lemos. Eso hizo de esta trama un emblema de la complicidad civil en el genocidio. Pero tres años después, la sala IV de la Cámara de Casación, integrada por Gustavo Hornos, Juan Carlos Gemignani y Eduardo Riggi, supo beneficiar a estos dos con “la falta de mérito”, siendo el fallo apelado por la organización HIJOS.
Desde entonces, el asunto permanecía estancado. Hasta que, en julio del año pasado, cuatro integrantes de la Corte Suprema rechazaron el fallo de Casación, menos Carlos Rosenkrantz quien –en vez de apartarse– no vaciló al votar en disidencia. Y para ello tuvo una poderosa razón: su vínculo amistoso con la familia Blaquier. De modo que el expediente regresó entonces a la Sala IV de Casación para un nuevo fallo. Por lo pronto, el fiscal federal Javier de Luca pidió el pasado 29 de junio que se revoque el fallo que dejó a Blaquier fuera del juicio oral por delitos de lesa humanidad en Jujuy. Es posible que los camaristas hagan caso omiso al pedido, con el argumento de la avanzada edad del acusado (94 años). Así las cosas.
Por su parte, Kairuz no la tiene fácil, dado que, en la megacausa por los crímenes cometidos en el Ingenio Ledesma –ya en etapa de alegatos– el fiscal Federico Zurueta acaba de pedir siete años de prisión para él.
A sus 77 años, en tiempo de descuento, al “marcador” se le vino la noche.
(*) Por Ricardo Ragendorfer (Télam)