Tal vez muchos recuerden a «Zoolander», la comedia estrenada en el 2001 dirigida y protagonizada por Ben Stiller, por la “Blue Steel”, la mirada icónica que ponía el actor en este filme. Sin embargo esta película, además de tener chistes inolvidables y la participación ecléctica de famosos que van desde Donald Trump hasta el mismísimo David Bowie, es una crítica mordaz a la banalidad y el esnobismo imperante en mundo de la moda.
El antagonista es un tiránico diseñador llamado Mugatu (que es la caricatura de fashionistas excéntricos como Karl Lagerfeld), que presenta una colección inspirada en “indigentes y prostitutas adictas al crack” denominada “Derelicte” («Abandonado»). “Es el futuro de la moda”, asegura maravillado, “una forma de vida”. De esta manera estrena prendas que son, básicamente, basura, cartón y ropa rota, presentadas como ítems de alta costura.
La semana pasada, las redes sociales hirvieron con el lanzamiento de la última colección de Yeezy, una colaboración hecha entre la marca del rapero Kanye West y GAP, con el sello de Balenciaga. ¿El motivo? Las prendas, (buzos y joggins de más de doscientos dólares), no estaban dispuestos en perchas, sino en inmensos bolsones negros. ¿El objetivo? Que los clientes tengan que agacharse y vivir la experiencia de escarbar y revolver en estas inmensas bolsas (que parecen de basura) hasta encontrar lo que están que están buscando.
La provocación es clara: este display tiene ecos evidentes de los bolsones o canastos de ropa donada que se pueden encontrar en los paradores para personas en situación de calle. Remite directamente a gente buscando entre los deshechos.
Ante la indignación de los usuarios de todas las redes sociales posibles, el rapero Kanye West que es, además, el ex esposo de Kim Kardashian (dato no menor para entender mejor su ¿marco teórico?), se defendió diciendo que él es “un innovador” y que no está para “quedarse sentado y pedir perdón” por sus ideas.
A su vez, señaló que su fin es hacer que la moda sea “más igualitaria y menos pretenciosa” al desafiar las convenciones. Sin embargo, no hace falta decir que su propuesta no cuestiona ninguna inequidad, sino que más bien teatraliza una situación de carencia y marginalidad. Como era de esperar, fue un éxito de ventas.
No es la primera vez que las firmas más selectas buscan reinterpretar y estetizar la pobreza, transformándola en un fetiche elitista y cool. El extravagante Mugatu y su línea de indumentaria en Zoolander, por ejemplo, son un “homenaje” al controversial desfile de la temporada otoño/invierno del 2000 que creó John Galliano para Dior. Esta pasarela, una de las más polémicas de la historia de la alta costura, estaba “inspirada” en los “looks” de la población en situación de calle de París. Incluso, los y las modelos tenían la cara maquillada para que pareciese que estaban sucios.
Este año, Balenciaga rompió internet con una jugada similar. Hace cuatro meses, la firma presentó las zapatillas “Paris”: un calzado completamente destruido. A su vez esta marca, dirigida bajo la visión creativa del georgiano Demna Gvasalia, (el nuevo agent provocateur de la moda), lanzó bolsos que literalmente tienen la forma de una bolsa de consorcio.
El precio: 1790 dólares. Mucho más de lo que cuesta una computadora MAC estándar. Un accesorio que fascinó a celebridades como Kim Kardashian, claro.
Para la periodista especializada en moda Lucía Levy, Gvasalia “es conocido por generar clickbaits: esa es su estrategia de márketing. O lo amás, o lo odiás”; y cree que este gesto es “una fetichización de la pobreza”. “Está tomándole el pelo a su clientela, que son básicamente millonarios, diciendo: ‘fijate lo tonto que sos, cómo te subestimo, que te vendo zapatillas todas rotas y vos las comprás igual’”. Al mismo tiempo, reflexiona: “Ahí hay algo interesante, porque los ricos nunca llegan al punto de que sus zapatillas se rompan, porque cuando una se les descose no las remiendan, se compran cinco nuevas”.