«Ustedes no son futbolistas, hoy son militares. Doce millones de tunecinos esperan la victoria y sé que son capaces de conseguirla»: el mensaje no fue de ningún teniente general, le pertenece al entrenador Jalel Kadri como arenga en un lejano vestuario de Bamako, capital de Malí, donde comenzó una de las series africanas por un cupo en el Mundial Qatar 2022.
Todo el equipo lo asumió como un juramento y aquella noche del pasado 25 de marzo, Túnez puso un pie en su sexta Copa del Mundo tras vencer 1-0 con gol en contra de Moussa Sissako.
Con esa invitación al patriotismo se presentó Kadri en su primer partido al frente del seleccionado tunecino, después de acompañar como colaborador a Mondher Kebaier desde agosto de 2019.
A los 50 años, Kadri heredó el cargo en el equipo nacional tras un largo recorrido en el fútbol árabe, debido a la eliminación ante Burkina Faso en los cuartos de final de la Copa Africana de Naciones.
Le bastaron dos encuentros para conseguir el boleto a Qatar, que aseguró con el empate sin goles en la revancha con Malí en el Estadio Olímpico de Radés.
Kadri encolumnó a sus jugadores detrás de una pertenencia nacionalista, con la que busca compensar la diferencia de jerarquía en relación a otros rivales del continente y el mundo.
El seleccionado de Túnez, 30° del ranking FIFA y tercero entre los africanos, ofrece una propuesta futbolística sencilla ligada de forma consciente a su potencial: orden táctico, postura conservadora y sorpresa al momento de atacar.
No dispone de futbolistas de renombre internacional en su plantel. Sus componentes provienen del fútbol local, otros clubes de países árabes, ligas europeas de segundo nivel o equipos chicos de Francia e Inglaterra.
El delantero Whabi Khazri, de 31 años, futbolista del Montpellier, es su principal «soldado». Nacido en Ajaccio, capital de la isla de Córcega, adoptó la nacionalidad tunecina por parte de su padre y se unió al seleccionado cartaginés en 2013 para disputar la Copa Africana.