La fábrica de juguetes Manick Patagonia de Ataliva Roca, desembarcó en Netflix con la película Matrimillas. La fábrica hace juguetes didácticos de madera y fue una idea de Daniel Klundt.
Matrimillas es una comedia de un matrimonio dirigida por el realizador, actor y periodista Sebastián De Caro y protagonizada por Juan Minujín y Luisana Lopilato. Se estrenó este miércoles.
Daniel Klundt es uno de los tantos pampeanos que no descansó hasta cumplir su sueño: tener una fábrica de juguetes.
Manick tiene su sede en Ataliva Roca pero sus creaciones recorren el país y parte del mundo.
Trabajan con materia prima pampeana, diseñan piezas que revalorizan el sentido tradicional del juego teniendo como su principal aliada a la madera.
CONTACTOS
Si bien aún se desconoce como los productores detectaron la existencia de la fábrica pampeana, primer establecieron un contacto telefónico y después por un mail, donde le dijeron que necesitaban el estilo de sus juguetes para una película, publicó Diario Textual.
El emprendedor pampeano envió sus productos y viajó a Buenos Aires. Y los integrantes de Buffalo Films le regalaron un autito firmado y un velero con saludos de todo el equipo de la película.
La empresa pamepana realizó un autito que los protagonistas muestran en una escena, y les diseñaron una cajita musical y suministraron varios juegos para que adornen una vidriera, donde se pueden observar varias producciones de Manick en esa escena.
SINOPSIS DE MATRIMILLAS
Una pareja algo desgastada por el paso del tiempo y la rutina decide insuflarse nuevos aires recurriendo a una empresa que vende unos dispositivos que les suman o restan puntos a cada integrante según su comportamiento: una cena romántica, por ejemplo, incrementa la cifra en veinte puntos, mientras que una mentira resta otros tantos.
El objetivo es acumularlos para luego “canjearlos”, una mecanización que genera una obsesión aritmética que hace que la pareja calcule todos y cada uno de sus movimientos, al punto de quitarle a la relación el mínimo atisbo de autenticidad y, con ello, aportar más problemas que soluciones al desgaste.
La idea remite, de manera casi inexorable, a la sinopsis de algún episodio de Black Mirror, aquella serie creada hace más de una década por Charlie Brooker para la BBC, y luego retomada por Netflix, que problematizaba los avatares de la tecnología digital en la vida diaria. En especial a 15 Million Merits, en la que un muchacho pasaba el día pedaleando en una bicicleta fija para acumular créditos con los que paga distintas actividades o elementos.
Pero aquí no hay una mente británica detrás, así como tampoco se trata de la sinopsis de una película inscripta en la ciencia ficción, sino de la premisa de Matrimillas, la flamante comedia de rematrimonio timoneada por el realizador, actor y periodista Sebastián De Caro y protagonizada por Juan Minujín y Luisana Lopilato, que desembarca este miércoles en la plataforma Netflix.
Si en sus dos comedias anteriores, 20.000 besos (2013) y Claudia (2019), De Caro asomaba como un director personal y dueño de una mirada sobre las relaciones no exenta de tristeza y soledades múltiples, aquí entrega una película de espíritu similar al de la mayoría de las producciones realizadas en la Argentina por el gigante del streaming: un relato en el que conviven elementos afincados en el ideario local con otros más generalistas y despojados de todo anclaje cultural, el síntoma más evidente de la voluntad de satisfacer los ojos de múltiples públicos a lo largo y ancho del globo.
Así se entiende por qué Matrimillas no pierde tiempo a la hora de presentar a esa pareja que se conoció cuando, años atrás, Federico (Minujín) chocó el auto de Belén (Lopilato) y contestó enojos ajenos con chamuyos propios para terminar levantándosela. Corte a unos años después, con ellos ya casados, con hijos y una vida aparentemente feliz. El problema surge cuando él, cocinero amateur, obtiene la posibilidad de participar en un concurso gastronómico en Cancún. Quiere ir, desde ya, pero no puede (o no sabe cómo) contarle a su mujer. Al menos tiene suerte: esa misma noche un matrimonio amigo les cuenta sobre la “especialista” en ese método de “criptomonedas espirituales”, tal como lo llama.
Y allí van los tórtolos, rumbo a ese sistema alienante que los hace iniciar una Guerra Fría hecha mimos, besos y atenciones que siempre esconden una doble intención. De allí en más, no hay mucho misterio en este vehículo que transita caminos archiconocidos del género deparándoles a Federico y Belén una escalada de situaciones cada vez más hirientes y en cuya cima asoma la posibilidad de la tan mentada crisis. De Caro luce más cómodo no tanto en aquellos momentos de malicia recíproca como en los que afloran los pliegues más frágiles de sus criaturas, dos personas que, en el fondo, ocultan sus miedos e inseguridades detrás de la lógica inquebrantable del reglamento de las matrimillas.