14 de Diciembre de 1900 – Nace Juan D’Arienzo, en el barrio de Balvanera, en la Ciudad de Buenos Aires, Músico (violinista) y director de Orquesta.
Conocido como “El rey del compás”. A diferencia de otras orquestas de la época de oro (1940-1950), D’Arienzo retornó al sentimiento del 2 × 4 característico de la “guardia vieja”, pero con arreglos e instrumentación modernos. Sus orquestas “típicas” grabaron centenares de discos.
Su música se escuchaba en las milongas de Buenos Aires, y los instrumentos acusaban el clásico ritmo duro de los tangos con fuertes staccatos. También grabó milongas y valses.
Fue artista exclusivo del sello RCA Víctor durante 40 años, de 1935 a 1975.
En su orquesta, D’Arienzo se rodeó siempre de cantores excelentes. Entre ellos: Carlos Dante, Francisco Fiorentino, Alberto Echague, Alberto Reynal, Carlos Casares, Hector Maure, Armando Laborde, Roberto Lemos, Mario Bustos, Jorge Valdez, Horacio Palma, Hector Millán.
D’Arienzo había empezado como violinista y luego integró un trío con el célebre pianista Ángel D’Agostino. Hasta llegó a ser estribillista, dejaba el violín y cantaba el estribillo del tango. Estuvo vinculado al teatro y hasta el cine.
En la década de 1960 exploró caminos nuevos con una instrumentación más elaborada, bailable aún pero más al gusto de los nuevos tiempos demostrando que podía crear una música menos lineal.
Inolvidables son sus presentaciones en la televisión argentina en las que se lo veía con su traje negro, casi agachado frente a los bandoneonistas dirigiendo la orquesta, moviendo los brazos ampulosamente y, de pronto, salir como corriendo para buscar al cantor al que también le marcaba, casi como una arenga. Más de uno no sabiendo cómo interpretarlo lo atribuía a una excentricidad del maestro, pero no, él lo hacía para animar a los músicos, que no bajaran la guardia, que mantuvieran el ritmo, la vivacidad y para acentuar que el cantor era un instrumento más, al servicio del bailarín y así lo dejo claro D’Arienzo en sus palabras: «A mi modo de ver el tango es ante todo, ritmo, nervio, fuerza y carácter. El tango antiguo tenía todo esto, y hay que procurar que no lo pierda nunca. El tango es esencialmente música. No puede relegarse a las orquestas que lo interpretan a un lugar secundario y colocar en primer plano al cantor, al divo. Eso es un error. Yo puse a la orquesta en primer plano y al cantor en su lugar. Traté de restituir al tango su acento varonil que había ido perdiendo.
Mi mayor orgullo es haber contribuido a ese reconocimiento de nuestra música popular»