Sin temor a caer en desprolijidades o en pasajes con melodías a punto de perder su rumbo; Red Hot Chili Peppers jugó anoche un pleno a la segura ficha de la contundencia y la desmesura sonora para redondear un apabullante concierto en la primera de las dos veladas previstas en el Estadio River Plate, en el marco de su gira «2022-2023 Global Stadium Tour».
A contrapelo de los tiempos que corren, el cuarteto de Los Ángeles se mantuvo firme en su radical postura de ofrecer una performance totalmente orgánica; sin trucos escénicos, ni pistas grabadas de apoyo o colchones de sintetizadores de fondo. Solo un trío de guitarra, bajo y batería, una voz y, en pasajes puntuales, un sobrio teclado.
Como si estuvieran en la sala de ensayo, Flea con su omnipresente bajo; la guitarra sobrecargada de efectos, wah-wah y conectadas a una pila de parlantes Marshall de John Frusciante; y la vigorosa batería de Chad Smith, se trenzaron en grandilocuentes duelos, pugnaron por no resignar cada uno el primer plano y construyeron momentos de improvisación, sin temor a que la falta de libretos los dejara en más de una ocasión al descubierto.
La apuesta ganadora era a la reconocida potencia, proveniente de la novedosa mezcla de funk, punk, surfer rock, rap y psicodelia que constituyó su personalidad; y a las ráfagas de virtuosismo que dispararon Flea y Frusaciante, bajo la contención rítmica de Smith:
A ellos se sumó un contenido Anthony Kiedis, que mantiene intactos su carisma y presencia escénica, a pesar de que ya economiza movimientos y que en algunos instantes se desluce ante la energía arrolladora de la banda.
Nada podía fallar y dejar al público que colmó el Monumental con una magra sensación con ese planteo artístico y la buena dosis de grandes clásicos de su trayectoria, entre los que no faltaron «Can´t Stop», «Dani California», «Suck My Kiss», «By The Way», «Californication» y «Give it Away».
En definitiva, Red Hot Chili Peppers hizo honor a su nombre y regaló una explosiva performance, con el calor de una banda en plena combustión sonora como principal rector; a partir de cuatro artistas que evidencian el placer que encuentran en esa comunión musical.
Allí, casi instalado por derecho propio como frontman, aunque nominalmente no lo sea, Flea acaparó reflectores con su guitarrístico estilo para tocar tocar el bajo, sus recurrentes slaps y la confección de riff. Además, claro, de su payasesco histrionismo.
De cerca le siguió Frusciante, con su chirriante guitarra, tan efectiva cuando asumió el rol de marcar la base funky como cuando escupió fraseos y psicodélicos punteos. Entre ellos, como una suerte de encargado de mantener el pulso para que nada se desmadre, Chad Smith batió los parches con la fiereza que obliga el contexto.
En una dinámica de improvisaciones instrumentales que abruptamente derivaban en el tema que seguía en el repertorio y solos, sin un libreto de show marcado, la banda californiana generó una cercanía y un calor que bien justificó cualquier desprolijidad.
Sin recurrir a fuegos artificiales ni explosiones -otra rareza en estos tiempos-, como fondo se optó por un juego de gráficas y luces que alimentaron el halo de colorida psicodelia que rodea al grupo; las cuales se amoldaron para no quitarle el protagonismo a la música tocada en vivo.
Precisamente, el concierto, que se extendió por apenas un poco menos de dos horas, arrancó con una extensa improvisación, que luego de varios minutos dio paso a «Can´t Stop» , a la que le siguieron «The Zephyr Song», «Dani California» y «Aquatic Mouth Dance», en ese primer tramo.
El repertorio siguió transitando por una mezcla de canciones de su discografía a partir de «Blood, Sugar, Sex & Magik», de 1991, y obviando no solo sus cuatro primeros álbumes, sino también aquellos en los que no participó Frusciante.
De hecho, el guitarrista protagonizó un momento del show cuando en plan solista interpretó «Terrapin», un cover del malogrado miembro fundador de Pink Floyd Syd Barrett; y le agregó grunge a la mixtura estilística de la banda en el pasaje del estribillo de «The Heavy Wing» a la que le puso voz.
Por su parte, el guiño a la escena punk apareció cuando a «Right on Time» se le varió la introducción por el arranque de «London Calling», de The Clash.
A lo largo del concierto también sonaron «Throw Away Your Television», la más reciente «Eddie», «Soul to Squeeze», «Parallel Universe» y «Strip My Mind».
El sprint final se reservó algunos de los puntos más intensos con «Suck My Kiss», «Californication», «Black Summer» y «By the Way».
Para los bises, el grupo californiano se guardó «I Could Have Lied» («Me encanta tocar esta canción con vos», piropeó Kiedis a Frusciante sobre el cierre, tras el lucimiento del guitarrista) y la ultra-celebrada «Give it Away».
Red Hot Chili Peppers cerrará su saga de conciertos en nuestro país el próximo domingo 26 en el mismo estadio.
Desde su primera visita en 1993, cuando se presentó en Obras, esta banda deslumbró fundamentalmente por sus excitantes shows y por su concentración en la performance sonora. Pasaron los años y, tal vez, sus miembros, sobre todo Kiedis y Flea, renunciaron a la desmesura física; pero la potencia y el compromiso por tocar no se negocia. Y eso, por supuesto, se agradece.
(*) Por Hernani Natale (Télam)