Los Juegos Olímpicos son el evento deportivo más importante a nivel global. Un símbolo central de esta competición es la llama olímpica, que representa la paz, la amistad y la unidad entre las naciones. Encender el pebetero es un honor reservado a grandes figuras del deporte como Enriqueta Basilio, la primera mujer en la historia en hacerlo.
La antorcha olímpica recorre miles de kilómetros antes de encender el pebetero en la ceremonia inaugural. Este gesto representa no solo el inicio de los juegos, sino también un mensaje de esperanza y perseverancia.
En 1968, la participación de Basilio no solo simbolizó la inauguración de los Juegos de Ciudad de México, sino también la apertura de un camino hacia la igualdad en el deporte.
Mensaje de igualdad a todo el mundo
Norma Enriqueta Basilio Sotelo nació el 15 de julio de 1948 en Mexicali, Baja California, México, dentro de una familia numerosa que trabajaba en la agricultura, especialmente en la producción de algodón.
Desde pequeña, Enriqueta mostró un interés profundo por el deporte, a pesar de las limitaciones de su entorno y las expectativas sociales que, en ese momento, restringían la participación femenina en disciplinas deportivas.Su pasión la llevó a sobresalir en la escuela y a buscar más oportunidades en el mundo del atletismo.
A lo largo de su juventud, Basilio se enfocó en las carreras de velocidad y obstáculos, logrando un gran reconocimiento en México. A los 19 años, ya era campeona nacional en los 80 metros con vallas, lo que le abrió las puertas a competencias internacionales y, finalmente, a los Juegos Olímpicos de 1968.
Aquel evento deportivo celebrado en Ciudad de México, fue un momento cargado de simbolismo y tensiones. Era la primera vez que se celebraban en América Latina, y el mundo estaba en medio de un período de lucha, con movimientos sociales exigiendo igualdad y derechos civiles.
En este contexto, la selección de Basilio para encender el pebetero fue un gesto revolucionario. Nunca antes una mujer había tenido este honor, y menos en un escenario tan global como los Juegos Olímpicos.
El 12 de octubre de 1968, la atleta mexicana, con tan solo 20 años, entró al Estadio Olímpico Universitario de la Ciudad de México portando la antorcha. Subió los 90 escalones que la separaban del pebetero y lo encendió ante la ovación de miles de espectadores.
Este acto no solo marcó el inicio de los juegos, sino que también envió un poderoso mensaje de igualdad en una época donde los derechos de las mujeres eran tema de debate en todo el mundo.
Sobre ese momento histórico, Basilio expresó años después: «No solo encendí el pebetero, encendí los corazones de muchas mujeres que luchaban por la justicia y la equidad». Esta frase, que resume su legado, resuena aún hoy como un símbolo de lucha por la igualdad de género.
La trayectoria de la deportista no terminó en los Juegos de 1968. Si bien no consiguió medallas en las pruebas en las que compitió, su participación como velocista en las disciplinas de 400 metros, 80 metros con vallas y el relevo 4×100 metros dejó una huella imborrable en la historia del deporte mexicano.
Después de retirarse, Enriqueta siguió vinculada al deporte, participando activamente en el Comité Olímpico Mexicano y promoviendo la paz y la unidad a través de iniciativas deportivas.
Enriqueta falleció el 26 de octubre de 2019 a los 71 años. Su muerte conmocionó al mundo deportivo, pero su legado como la primera mujer en encender la llama olímpica permanece como un recordatorio de su valentía y dedicación.
Hoy, su nombre sigue siendo sinónimo de lucha por la igualdad, y su imagen portando la antorcha olímpica continúa inspirando a generaciones de atletas y activistas.