En un mundo que avanza a ritmo vertiginoso, donde el estrés, la ansiedad y el desconcierto emocional forman parte del paisaje cotidiano, la meditación emerge no solo como una práctica milenaria, sino también como una herramienta urgente y necesaria. Cada vez más personas redescubren el valor de detenerse, respirar conscientemente y conectar con su mundo interior. Lejos de ser una moda pasajera o un privilegio reservado a unos pocos, la meditación se consolida como un recurso accesible y profundamente transformador para mejorar la calidad de vida, fortalecer el equilibrio emocional y recuperar el bienestar mental en tiempos desafiantes.
Esta columna tiene como propósito explorar el impacto real y cotidiano que tienen la meditación, la respiración consciente y el manejo de las emociones en nuestra salud, nuestras relaciones y nuestra claridad interior.
Pero hay algo fundamental: no se puede recomendar lo que no se ha vivido. La meditación y las prácticas de respiración consciente deben experimentarse primero en uno mismo. Solo así pueden compartirse desde un lugar genuino, con honestidad, y no desde la teoría. Es en el cuerpo y en la experiencia personal donde se comprende su verdadero poder.
Hoy quiero compartir mi caso personal. Desde muy pequeña sufrí episodios de migraña. A los seis años, junto con mis padres, recorrimos consultorios de médicos generalistas, neurólogos y homeópatas en busca de una solución. Probamos diversos tratamientos, tanto de la medicina tradicional como natural.
Con los años, y ya en la adolescencia, un neurólogo me planteó una posible causa: el origen emocional de mis dolores. Así comenzó mi búsqueda por comprender, sin conocimientos aún sobre educación emocional, qué podía estar detrás de mis síntomas. Y descubrí que, efectivamente, situaciones de estrés —exámenes, discusiones, conflictos familiares o momentos de tristeza— solían terminar en una fuerte migraña.
En ese entonces, hace más de 30 años, no contábamos con las herramientas que hoy tenemos para gestionar las emociones y calmar la mente.
En 2015, tras el doloroso fallecimiento de mi padre, viví múltiples crisis de migraña que me llevaron en reiteradas ocasiones al hospital, e incluso a internaciones. Fue entonces cuando tomé la decisión de buscar nuevas respuestas. Así llegué, casi por intuición, a una clase de meditación. No sabía bien de qué se trataba, pero al salir de ese espacio, algo en mi interior me indicó que ese era el camino.
A partir de ahí me formé como Profesora de Meditación (UC), realicé un curso de Coaching Ontológico (UTN.BA), un Instructorado en Mindfulness, y una Diplomatura en Emociones y Aprendizaje (Aula Abierta).
Comparto este recorrido personal para dejar en claro que los beneficios de la meditación, la respiración consciente y la gestión emocional no los leí en un libro: los comprobé en mí misma. No afirmo que nunca más tuve migrañas, pero sí aprendí a reducir su frecuencia y transitar largos períodos sin síntomas.
Por eso, quiero invitarte a que sigas leyendo esta serie de notas, donde iré profundizando en cómo estas prácticas pueden ayudarte también a vos en tu día a día.
La acción es clave. Te puedo asegurar que cuando tu mente está en calma, tu vida cambia.
¡Hasta la próxima nota!
(*) Gabriela Pascal – Profesora de Meditación