Hay historias cortas que para ser entendidas requieren de una vida larga, de lejanía. Es la vida que transcurre entre las grietas de la memoria, lugar poco habitado, crepuscular. En ocasiones el pasado se conquista desde los sueños atravesados, laminados por emociones desapacibles. Para Adorno la poesía después de Auschwitz era barbarie, para el futbolista ucraniano Román Zozulya, el campo de exterminio polaco es un detalle histórico “para desmontar”. La eterna sucia sangre de la memoria contaminada, fabricada desde las tinieblas. Todos pensamos en cambiar el mundo, pero nadie en cambiarse a si mismo.
El patriarca de la Iglesia Ortodoxa de Ucrania, el primado Filaret, sentenciaba semanas atrás sobre el origen de la pandemia: “Es un castigo de Dios por la homosexualidad”. Días después, la máxima autoridad religiosa del país contraía de forma virulenta el coronavirus casquivano. Sabemos que del ridículo no se vuelve. A veces se está mejor calladito. Filaret es uno de los personajes más importantes en la vida de Román Zozulya. No es el único. El otro es Stepán Bandera, el legendario líder fascista de la OUN (Organización de Nacionalistas Ucranianos), colaboradores nazis del gobierno hitleriano en la Segunda Guerra Mundial.
Delantero potente y goleador, Román destacó enseguida en el Dinamo de Kiev, también en las filas neonazis del conocido Batallón Azov, un grupo paramilitar activo en la zona de Donetsk, en la última crisis de la península de Crimea.
El jugador ucraniano llegó al fútbol español de la mano del Real Betis en 2016. Con un comportamiento futbolístico irregular fue cedido en el mercado de invierno al Rayo Vallecano. El presidente del club madrileño, Raúl Martín Presa, se encontraba exultante por la adquisición: “Hemos traído un goleador importante”.
Buscaba sonrisas donde no las había. Reparar la realidad siempre resulta difícil, y en el cielo rojo de Vallecas se empezó a edificar el arco iris de todos sus problemas. La mañana del 1 de febrero de 2017 amaneció cargada de un aire turbio, oscurecido.
El campo de juego “rayista” madrugó empaquetado de banderas libertarias y antifascistas: “Vallecas no es lugar para Nazis”, decía la más tibia. Cientos de aficionados se presentaron en las oficinas centrales de la entidad pidiendo la rescisión del contrato del jugador ucraniano.
Ante la presión, el presidente del club convocó para el 2 de febrero una reunión de urgencia con el máximo responsable de la Liga Nacional de Fútbol Profesional, Javier Tebas, y el presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, para tratar un tema excepcional: qué hacer con un futbolista que su hinchada lo quiere echar por fascista. “No se conoce un caso similar en la historia del fútbol mundial” le dijo Tebas a Presa.
El clamor popular consiguió que Zozulya nunca debutara en el club madrileño, regresó al Real Betis, y fue cedido al Albacete donde se encuentra en la actualidad. El vigente Ministro de Consumo del gobierno de España, Alberto Garzón, hincha del Rayo Vallecano, participó de aquellas movilizaciones para detener la incorporación del futbolista ucraniano.
La historia del club está asociada a la liturgia de un barrio combativo. Con dieciocho temporadas en primera división, la última 2018-19, los “trapos” de su hinchada son enormes machetazos al sistema nervioso del neoliberalismo dominante: “El Capitalismo no Tiene Salida. Unidos Hermanos Proletarios”; “No a la Violencia Machista”; “Ama al Rayo, Odia al Racismo”; “Los Desahucios en Vivienda es de un Estado Enfermo. Solidaridad de un Barrio Obrero”. En aquella calidez conquistada la hinchada del Rayo se fabricó hermosas emociones de vida y ruido.
El 15 de diciembre tensaron de alegría y humanidad las costuras de su estadio ante un Rayo Vallecano-Albacete de Zozulya. El partido se suspendió por cantos “inadecuados” de una parte de la grada al jugador ucraniano. El ambiente festivo se alargó en los aledaños del estadio. Como una vincha en la cabeza del mundo se quedó colgada en la tribuna una bandera: “Evitar que un nazi vista La Franja”. Lo consiguieron. Las emociones y los placeres nos definen: una reposera, un buen libro, una copa con los amigos, y el fútbol de siempre vagabundo y cartonero. En el espíritu lírico de la hinchada del Rayo la gambeta del domingo debe ser antifascista, sino, mejor que no sea.
(*) Por José Luis Lanao (Ex jugador de Vélez, campeón Mundial Juvenil 1979).