viernes 29, noviembre, 2024, Eduardo Castex, La Pampa

San Valentín: Afirman que «el ideal de amor romántico no caducó e incluso se volvió más exigente»

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De cara a San Valentín, la socióloga, investigadora y escritora Eleonor Faur reflexionó que los vínculos de pareja son hoy «mucho más frágiles», pero siguen atravesadas por el ideal del amor romántico que no sólo «no caducó, sino que se volvió más exigente» y ahora también demanda «no renunciar a los proyectos individuales de cada uno», a la par de «sostener el amor, la pasión y la comunicación entre dos personas».





La doctora en Ciencias Sociales, autora de los libros como «El cuidado infantil en el siglo XXI» (Siglo XXI, 2014); y coautora junto a Alejandro Grimson de «Mitomanías de los sexos» (Siglo XXI, 2016) dialogó con Télam sobre los cambios en las maneras en que las personas se vinculan sexoafectivamente y la vigencia del mito del amor romántico, que sostiene en creencias tales como que «el amor verdadero es para toda la vida», «si te cela te ama», «solo se puede sentir por una persona a la vez», «si hay infidelidad no hay amor», entre otros.

Entrevista:

-Eleonor Faur: De algún modo, la celebración del Día de los Enamorados coloca el tema de la pareja y el romanticismo en su momento de exaltación. La fecha, y la parafernalia que la acompaña en el mercado de la celebración, repone los viejos formatos del amor romántico: una noción de amor fuertemente idealizada, construida a punta de fuertes mandatos de cómo deberían ser las mujeres y los varones en un vínculo sexo-afectivo. Un formato que, como tal, es una ficción, lo cual, desde ya, no significa que el amor lo sea.

– Este mito está siendo cada vez más problematizado, a la luz de movimientos como el Ni una menos y los feminismos. ¿Se tambalea realmente?

-Lo que se cuestiona desde los feminismos es que el mito del amor romántico colocó a las mujeres en un lugar de pasividad, de expectativa, de búsqueda de ser «elegida». Construyó modelos de vínculos heterosexuales en los que la desigualdad entre los géneros se tallaba desde una fuerte impronta de división sexual del deseo -quién tiene derecho a desear, quién debería acompañar esa iniciativa-, hasta situaciones en las que incluso se justificaba la violencia de género.

La pregunta es ¿cuánto se modificó este modelo? Pienso que aquí encontramos una fuerte transformación en la medida que las mujeres nos apropiamos mucho más de nuestras vidas y deseos. Pero el ideal no caducó, incluso se volvió más exigente.

– ¿Cuál dirías que es el núcleo duro de mito?

-Lo que es difícil de horadar, por el momento, es el sueño de una pareja perfecta. Creo que el tema de la idealización es la trampa más profunda del amor romántico: pareciera que amar es idealizar al otro, a una misma en la relación, a la relación en sí misma. Claramente, eso no es sostenible. Y de hecho, las parejas que logran sostenerse y amarse a lo largo del tiempo son las que atraviesan crisis y encuentran la forma de reorganizarse sobre una base honesta.

-¿Por qué la sociedad sigue apelando a la naturaleza para sostener sus creencias respecto al deseo sexual, al amor, a la vocación de formar una familia, a la actividad de maternar cuando en otros aspectos de la vida aceptamos que la realidad que nos rodea se construye con convenciones sociales?

-La naturaleza, lo biológico es siempre una metáfora muy efectiva para acotar el debate y la reflexividad. Creo que en el campo de las relaciones de género las nuevas maneras de argumentar que las diferencias son «naturales» buscan apoyarse en las neurociencias, pero en realidad, hay un cúmulo importantísimo de investigaciones que indican que incluso nuestro cerebro tiene una plasticidad tal que las formas en las que lo utilizamos tienen mucho más que ver con la cultura que con la estructura cerebral en sí misma.

Creo que la biologización de la discusión no está tan presente en la formación de pareja ni de familias, pero que sigue pesando bastante fuerte cuando se habla de maternidades.

-Mientras se resquebraja el mito del amor romántico y se valorizan prácticas como una vida de constantes contactos sexuales ocasionales o el poliamor, también se empieza a hablar de la necesidad de responsabilidad afectiva y se cuestiona el ghosting. ¿Son otras formas de control social sobre los vínculos sexoafectivos redefinidos por fuera del amor romántico?

-Creo que, en general, los contratos amorosos son mucho más frágiles que en el pasado y se encuentran entrecruzados por una tensión en el terreno de las ideas. Por un lado, el ideal de amor romántico que, no sólo no caducó sino que se volvió aún más exigente porque sumó requisitos al «deber ser» de la pareja. Este ideal supone hoy sostener el amor, la pasión y la comunicación entre dos personas, pero además, armar pareja y familia y compartir economías sin renunciar a los proyectos individuales de cada uno.

En el terreno de los encuentros casuales, los códigos parecen infinitos, pero ¿quién los define y por qué? Se trata de un ideal demasiado difícil de alcanzar, y más aún de sostener.

De manera contrastante, los procesos de individuación sumaron expectativas de total libertad y desapego respecto de la pareja, y una enorme facilidad para la multiplicidad de vínculos esporádicos.

La «liquidez» de las relaciones -como las calificó Zygmunt Bauman- se contrapone al ideal romántico pero convive con él y filtra las subjetividades contemporáneas. Nos movemos entre el mandato del amor romántico y el de la autonomía sin concesiones.

-Es decir que los mandatos ahora son dos, contrapuestos pero no necesariamente incompatibles…

-Quizás en esta tensión se encuentre el mayor meollo a la hora de reconstruir y diversificar modelos de pareja, no necesariamente para encontrar «el camino del medio», sino para liberarse de ambos mandatos (en términos de «deber ser») y tallar formas de relaciones que se acerquen más a las necesidades, deseos y sensibilidades de cada persona.

En este sentido, creo que así como las familias cambiaron gracias a la transformación de los acuerdos de pareja, y en buena medida, este movimiento refleja mayores niveles de autonomía (sobre todo, femenina), la profundización de estos cambios sólo podrán producirse a partir de nuevas configuraciones subjetivas de hombres y mujeres. Es necesario desaprender, desterrar viejos y nuevos modelos, asentados en infinidad de mitos y prejuicios y animarse a explorar caminos más creativos de construcción de vínculos de pareja.

Matrimonios resignificados como broche de oro de una convivencia de décadas y no más como «un voto a futuro» junto con la «pérdida de popularidad» de estas formalizaciones y la incorporación de las parejas de la diversidad sexual son algunas de las formas «drásticas» en que cambió esta institución en consonancia con la reformulación de los «contratos amorosos».

-¿Qué características dirías que tiene hoy el «mercado matrimonial» en la Argentina?

-Primero, dejaría de hablar de mercado y de matrimonial. Lo segundo, porque el matrimonio está muy en baja como forma de unión de parejas y, además, ha adquirido formatos muy diferentes a los que tradicionalmente se le asignaban.

En mi círculo cercano, por ejemplo, se casa una amiga con su compañero, con quien tiene dos hijes chiques. Y en enero se casaron unos amigos que están juntos hace 41 años. Tienen hijes y nietes. Él tiene 86 años, ella 66. Como decía mi amiga: en general, casarse era un voto a futuro, lo nuestro es la confirmación de una historia de amor y desamor que pudimos llevar siempre adelante. El matrimonio, como institución, cambió de manera drástica.

La cuestión del mercado, por su parte, tiene la antipatía de legitimar una noción de oferta y demanda que, otra vez, vuelve sobre la división sexual del deseo. Más allá de que las apps de citas tengan ese formato más propio de cualquier mercado, prefiero no pensar las relaciones en ese patrón.

En general, es evidente que los contratos amorosos se modificaron, y con ello, las parejas. Aumentaron los divorcios y las uniones consensuales; el matrimonio perdió popularidad a ritmos acelerados; se legalizaron las parejas y las familias de la diversidad sexual. Todo esto significó una revolución significativa.

-¿Cuánto crees que depende la pervivencia situaciones de infelicidad sexoafectiva -como las que supone vivir atrapados en vínculos que nos hacen visiblemente infelices o en una permanente búsqueda insatisfecha de una pareja ideal o en una identidad de género u orientación sexual que no se condicen con el sentir interior-, de la persistencia de los mitos sobre el amor y la sexualidad, como los descritos en tu libro Mitomanías de los sexos?

-Puede haber muchas razones distintas para sostener una relación insatisfactoria. Por ejemplo, razones económicas -no es fácil sostener dos hogares-, puede haber violencia en el vínculo, entonces las amenazas tipo «si me dejás, te mato» obviamente paralizarán a muchas mujeres a actuar. También puede haber temor de terminar una relación y no saber cómo sigue la vida afectiva, o miedo a quedarse sin pareja.

Ahí hay un tema todavía muy espeso: ¿por qué seguimos manteniendo la idea de que estar en pareja es mejor que no estarlo?

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