La oposición en La Pampa, dispersa y difusa, intenta reorganizar su lugar en el escenario político. Las disputas sectoriales, los intereses personales y el instinto de supervivencia están más presentes en sus filas que las posibilidades de llegar a consensos.
La oposición, lejos del poder
¿Qué es de la oposición actual en La Pampa? Un conglomerado disperso y difuso en el que todos quieren hacerse camino a futuro, pero en el que unos trastabillan con otros. Ya con Cambiemos-Juntos por el Cambio lejos de la Casa Rosada, el escenario en la provincia quedó despejado para que cada sector intente hacer su juego. Pero chocan unos contra otros. Y nadie es nada por sí mismo.
A nivel nacional la oposición se está reconfigurando lejos del poder que acariciaron y desperdiciaron en cuatro años. La convivencia no es fácil mientras se acomodan a ser opositores. No hay liderazgos fuertes a la vista, salvo el de Mauricio Macri, si bien está desperfilado en el llano. Mientras tanto, el peronismo goza de los beneficios de tener una oposición en proceso de reorganización. Mientras, para hacerle frente, la oposición disimula los rencores mutuos y mantiene cierta unidad después de su traumática salida del poder. En el Congreso hay cierto pacto no escrito que apunta a votar unidos como ocurrió con la ley de emergencia, hacer valer su mayoría aritmética legislativa cuando pueden y evitar pases de facturas internos.
Todos pelean por encabezar y llegar como mejor opción tanto a 2021 como a 2023. El radicalismo se quiere plantar y buscar un nombre suyo como presidenciable, algo casi improbable por ahora. Se disputan los nombres de Alfredo Cornejo o Gerardo Morales, se pelean espacios en Diputados, mete la cuchara Nosiglia en el Senado y Ricardo Alfonsín se va de embajador de Alberto Fernández. En el PRO ocurre algo similar: Macri se queda con el partido de la mano de Patricia Bullrich, pero confrontan a futuro con su figura Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal.
Las grietas pampeanas
En La Pampa no hay mucho más de nuevo en el escenario político. En la UCR se mantiene un estado de debate interno que contiene tantos puntos de vista como dirigentes radicales hay. Algunos semejan a la situación partidaria como «un barco a la deriva», sin posibilidades de unificar criterios. Los cuatro sectores visibles siguen bien marcados: el de Francisco Torroba, el de Juan Carlos Marino, el de Daniel Kroneberger y los que siguen a Hipólito Altolaguirre y Martín Berhongaray. Son los nombres tradicionales, liderazgos compartidos, que no tienen amplios consensos pero que tienen sus seguidores. Que pueden ser criticados, pero que cobijan al resto bajo sus nombres a la hora de pelear espacios. Parte del instinto de supervivencia para los que vienen detrás, se dice.
Esto lleva a sostener por un lado una situación de internismo permanente y por otro a no dejar crecer nada, o poco, debajo de esos personalismos. Los analistas afirman que, por ejemplo, para 2021 ya se observa nuevamente un escenario previsible en el que habrá poca renovación: Marino volvería a disputar el cargo de senador y Kroneberger a presentarse para recuperar la diputación. Podría haber interna para pelear los lugares entre los dos o un nuevo acuerdo para repartírselos, pero seguramente estarán sus nombres en juego. Marino lleva 18 años en su banca del Senado y podría querer mantenerse otros 6 más. A sus 57 años es un «joven viejo», según lo caracteriza un dirigente radical, con demasiado camino y resistencias internas, pero con algo que no tienen los demás: recursos económicos. La renovación es una cuestión que se va dejando para resolver más adelante, mucho más adelante. La repetición de los mismos dirigentes a la hora de las grandes definiciones ahoga la aparición de nuevas voces.
Más hacia dentro
Si esta es la política provincial, en la local tenemos algunos movimientos precoces. Los intendentes son críticos a este estado de cosas, pero finalmente terminan «buscando el consenso» y apoyando lo que se defina entre los principales dirigentes. Mientras tanto, se van perfilando algunos dirigentes a futuro, como los intendentes Abel Sabarots de Acha o Sergio Arrese de Guatraché o el diputado Berhongaray, pero cuyas figuras se piensan para mucho más adelante que 2023.
Sobre el futuro de la alianza opositora, hoy dividida, la gran mayoría está segura que en 2021 volverán a estar en la misma boleta. La alianza nacional da cobertura a las necesidades locales.
Y si hay división en las opiniones de las y los radicales en cuanto a seguir a uno de los dirigentes tradicionales o apostar a la renovación, todavía hay más contradicciones en qué hacer con el PRO. Vamos a los ejemplos de cómo se relacionan hoy ambas fuerzas en distintos ámbitos: en Quemú Quemú la banca opositora se llama orgullosamente Cambiemos, en General Acha se mantienen unidos como «Juntos por Acha» esquivando la alianza nacional y provincial, en Santa Rosa y General Pico se dividieron las bancadas y en Guatraché son partidarios de la Lista 3.
Del lado amarillo
Por su parte, el PRO trata de acomodarse a la etapa pos-Macri. Carlos Mac Allister, su figura central y de la coalición Propuesta Federal desde 2013 hasta 2019, por ahora parece mantenerse alejado de las apariciones públicas. No tiene cargos, pero está presente en las definiciones políticas. Sus diputados, intendentes y concejales intentan sostener ese espacio político, pero sin figuras que por ahora destaquen. Y no sin disidencias. En abril habrá renovación partidaria en el PRO y ya se anuncia que al diputado Martín Ardohain, o al que se proponga desde ese sector, le saldrán competidores entre aquellos dirigentes que se quedaron sin cargos en 2019.
(*) Por Norberto G. Asquini (periodista e investigador)