Oriunda de Rosario (Santa Fe) y con un recorrido profesional que se gestó en Argentina y luego se desarrolló en distintas ciudades de Estados Unidos, la artista plástica argentina Luciana Pinchiero se destaca en Nueva York con su exposición «Bad Posture», una muestra que realiza, a través de la escultura y el collage, una exploración reflexiva de la identidad queer y un cuestionamiento de los roles tradicionales de la mujer en el sistema social patriarcal: «Lo queer, como el collage, es un grito propio que también se amolda, inevitablemente, a lo que está predeterminado en la sociedad», dice.
En Nueva York hay grandes museos de arte, reconocidos en todo el mundo, que son imanes infalibles tanto para locales como para turistas de todas partes. Sin embargo, también hay un circuito un poco más under de galerías y espacios artísticos que afloran como un fenómeno contemporáneo y congregan artistas y creadores no solamente de Estados Unidos sino también migrantes de distintos países de América Latina.
Luciana Pinchiero es una de ellas: aunque nació en Argentina, vivió mucho tiempo en Los Ángeles y luego se asentó en Nueva York, donde encaró una maestría en artes visuales en Parsons. El recorrido profesional también estuvo acompañado de una profunda transformación personal, porque en este proceso Pinchiero «salió del closet», según ella misma cuenta, y esa identidad queer, que comenzó a gestarse en lo personal, también tuvo un correlato en su modo de hacer arte.
Desde entonces, Pinchiero bucea dentro del collage y la escultura los distintos modos en que se han representado los estereotipos de género y la complejidad del cuerpo femenino desde una mirada que insiste en posicionarse por fuera de la heternormatividad.
Un programa artístico, la Fellowship del Bronx, le dio la posibilidad a Pinchiero de tejer una red profesional dentro del arte y fue el puntapié para armar una comunidad de donde salieron amistades, oportunidades y exhibiciones que le permitieron llegar a Praxis New York, donde expone «Bad Posture» actualmente y hasta el 9 de marzo.
La escultura central, titulada igual que la muestra, presenta una instalación de casi cinco metros por dos metros y medio, que alberga figuras recortadas de estatuas clásicas y modelos de vida. La obra reflexiona sobre la belleza clásica y la creación artística, desafiando la dicotomía entre ser adorado (como una deidad) y ser amado (ser humanamente querido).
En una comunicación por videollamada con Télam, la artista profundiza en el proceso creativo y personal que se sintetiza en esta muestra.
-Télam: «Bad Posture» es una exposición que conecta, o combina, el collage con lo queer. ¿Cómo se explica esta relación?
-Luciana Pinchiero: Esto es algo que vengo conversando con otros artistas queer hace ya un tiempo, obviamente no es un concepto que inventé yo. El collage no es el medio artístico más popular, evidentemente, pero tiene esto de construir desde una imagen que ya existe, que está dada y determinada. Se desglosa, se combina y se arma un nuevo discurso visual. Pienso esto en relación a mi vida heterosexual del pasado: tanta cosa que se da por hecho, que está dada y servida para la heteronormativad, y de pronto al ser queer tomás de ese material institucionalizado, porque es lo que está disponible, y armás tu propia idea de la identidad, de quien sos y de a dónde pertenecés. Tu propia narrativa y tu propia verdad.
Intrínsecamente el collage abarca problemáticas y políticas de autoría, porque se toman referencias visuales que hace un otre, y se crea un lenguaje propio. Con la pintura es distinto porque viene de un lugar de la imaginación cero; cuando usás imágenes que ya existen te amoldás a eso. Entonces lo queer es un grito propio pero también, inevitablemente, de amoldarse a lo que está predeterminado en la sociedad. Esto se puede ver en la historia del collage, que no se conoce mucho, que se vincula más con el surrealismo alemán. Hay mucho en esa obra que para mí es un grito de ‘necesito mi propia identidad, pero tengo todos estos elementos que me determinan un montón de cosas’.
-T: ¿El collage entonces es un poco la «oveja negra» en el mundo artístico?
-L.P.: Creo que sí y no tengo problema en decirlo. Y no estoy rebajándolo, todo lo contrario: lo levanto y lo celebro. Pero es una realidad que es un género que en el mercado cuesta instaurarlo o involucrarlo, más que la pintura; la pintura es más popular, se colecciona, tiene más valor. Son realidades. Acá hay un término que se usa mucho, «Underdog», que es como… algo abajito, a la sombra de. Y para mí de eso surge lo mejor. Mi vida es «underdog». Funciono así cuando miro películas, cuando leo, en las cosas que me atraen: esto de pertenecer a una mirada diferente, de minoría. Y me encanta que el collage sea así. Y por otro lado el collage es un arte que a todo el mundo le gusta. Las personas ven una obra y dicen «ay, qué lindo el collage», pero históricamente no se conoce su historia o se colecciona como sí sucede con la pintura o la escultura.
-T: ¿Tenés referentes o influencias dentro del collage?
-L.P.: Podría decir Hannah Höch, Grete Stern, Sarah Halpern, Carmen Winant y Justine Kurland. Pero mis referentes vienen más de otros lugares, de corrientes de pensamiento, del cine. Muchas de las imágenes que uso vienen de libros y catálogos de celebridades de la época dorada de Hollywood. Me interesa ver cómo se describe y se impone el arquetipo de belleza y rol femenino; todos estos grandes talentos, como por ejemplo Greta Garbo, que han sido tan poderosas, siempre con esos roles de mujer apasionada y a su vez sometida. Yo combino esas imágenes del siglo XX con estatuas clásicas, por lo general greco-romanas, que para mí son otra versión de la cultura popular. Del mismo modo son también referentes de belleza, de cómo se deben ver y comportar las mujeres, a lo que hay que adorar y aspirar a ser. En un punto es cultura popular, hay un diálogo entre esos dos tipos de imágenes.
-T: ¿Cuál sería el concepto fundamental de «Bad Posture» y con qué se encuentran las personas que pueden ver la muestra?
-L.P.: Esta obra surgió en conversación con una historiadora de arte que en su momento iba a ser la curadora y después finalmente no tuvo ese rol, entonces escribió el texto que presenta mi muestra. Ella es una escritora joven de acá, del mundo de la poesía y de la crítica de arte queer, una lesbiana muy poderosa. Por lo general en proyectos así yo trabajo con mitos griegos. Por supuesto hay muchísimos, pero cuando descubro alguno que me atrapa, arranca el motor para crear la obra. Ella en ese momento me dijo que, curiosamente, nunca había usado el mito de Pigmalion, un mito romano que trata de explicar el origen del arte. Pigmalion es un escultor misógino que odia a las mujeres, y entonces esculpe su mujer ideal. Venus, cuando la ve, le da vida a la escultura, y entonces se enamoran, se casan y tienen hijos. Toda una violencia alrededor de la belleza del otro, la apropiación de la belleza. Así empecé la investigación del mito: cómo se cuenta, qué se dice en la academia, qué obras hay. En el camino descubrí otro mito, el de la doncella de Corintia, que también es romano. Este es de una joven, la hija del ceramista de un pueblo. Ella tiene un novio que se va a ir de viaje y al que va a dejar de ver, entonces una noche, en una cena, utiliza su figura y con un lápiz contornea en la pared su silueta, con el afán de apropiarse de su esencia. Este mito supuestamente también explica el origen del arte. Lo que pasa después es que el padre ve esto, rellena el contorno con arcilla, lo cocina y se hace famoso por vender y crear retratos de alto relieve. Y el crédito se lo lleva él. Los dos mitos tienen distinto tipo de violencia, hay incluso académicos que los estudian en su relación. La obra en la muestra está inspirada en estos dos mitos.
El primer paso que doy es «gastar» todo lo que puedo lo que se ha dicho o escrito de estos mitos. Luego, ya en el formato collage, trabajo con las imágenes tal como son. No altero tamaños ni relaciones, entonces generalmente las obras son pequeñas. Hace algunos años empecé a hacer esculturas planas, que se cortan al ras; son figuras que se sostienen por sí mismas, que en el espacio parecieran volumen y en realidad son planas. En esta muestra son seis figuras, tres estatuas clásicas femeninas y tres imágenes de una misma persona que saqué de un libro de los años 70, que es un manual de posiciones para modelos. La muestra propone una reflexión en torno a estos modelos, a estas mujeres representando arquetipos de belleza que son impuestos, que son incómodos, que no son correctos y que no están buenos. Por eso el nombre «Bad posture»: mala postura. Hay dos series de collage en la muestra, cada una responde a uno de los mitos. En una trabajo más tradicionalmente combinando imágenes, muy queer la mayoría; y en la otra pienso más en la figura y el contorno: corté las figuras sin destruir el espacio negativo del resto del papel, las acumulé y las combiné para generar como estas «capas» de pensamiento. Más de la fantasía.
T: ¿Cómo fue la inserción en el mundo profesional artístico de Nueva York? ¿Fue sencillo para una artista migrante?
L.P.: Creo que haber hecho la maestría acá me permitió iniciar un canal de comunidad desde entonces: entre estudiantes, con los profesores, y de ahí se fue armando una red. De todos modos me llevó un tiempo sentirme parte, tengo amigues extranjeres que vinieron sin un plan y realmente les cuesta la inserción. La comunidad se empezó a expandir y cuando salí del closet también se empezaron a abrir «mundillos»: el de arte queer, el de arte dentro de la comunidad latina, el de galerías, el institucional. Creo haber logrado pertenecer a algunos o varios de ellos. El trabajo del artista no es solamente estar en el taller armando muestras o creando, sino también haciendo conexiones, apoyando colegas, estando en diálogo. En definitiva, poniendo el cuerpo.