Pensar en Carlos Saúl Menem es pensar en los 90, una etapa política ambigua y vergonzante para el país, que se la recuerda a derecha e izquierda con sus matices, desde la fiesta del consumo para algunos a la frivolidad y la corrupción para otros. Y también es pensar qué significaron esos años para La Pampa y el peronismo pampeano.
La otra grieta
Los 90 de Menem transformaron profundamente al país en muchos sentidos. Menem fue un caudillo del interior profundo y la estética de un tigre de los llanos con el programa de los lobos de Wall Street bajo el brazo. “Fue votado y reelegido, fue presidente diez años y su resultado histórico se resume en un hecho comprobable: sólo se habla mal de él en público”, indica el periodista Martín Rodríguez. Fueron los años de la reforma económica y la desaparición del Estado, las desregulaciones y la desnacionalización, la reconversión de una economía de base industrial a una de servicios, la apertura al mundo, la estabilidad política y monetaria. La democratización del consumo y la modernización del país al costo de perder soberanía económica. En el que hubo ganadores con cuotas para comprar y viajes al exterior con ingresos dolarizados; y perdedores con desigualdad, flexibilización desempleo y pérdida de la cultura del trabajo y marginación. Y cuyas consecuencias estallaron en 2001 y las seguimos padeciendo hoy. Al decir del periodista Fernando Rosso, “la victoria política de Menem fue la derrota de un país cuyas ruinas estructurales persisten hasta hoy”.
Hablar de Menem es también hablar qué significaron los tiempos menemistas para La Pampa. El tiempo de la victoria del “pizza y champán” no fue ajeno a la provincia. A pesar de las sombras, también se recuerdan brillos. Indica un dirigente peronista el domingo a la tarde tras conocer la noticia del fallecimiento: “Estoy en tres grupos de peronistas pampeanos. En dos es ídolo máximo y en uno es máximo traidor. ¡Qué grieta!”.
Nuevos tiempos de los 90
Esta columna no es un estudio profundo, sino apenas alguna marca de esa época. La provincia, o el peronismo, empezó esa década en la renovación y la terminó apoyando a Menem. Una anécdota habla que Rubén Marín, uno de los impulsores de la renovación y de Antonio Cafiero como candidato en 1989, fue de visita en ese momento hasta un pueblo en el oeste pampeano de campaña, con lo que significaba llegar en esos tiempos, y una noche en una casa perdida de una mujer mayor, cuando le hablaba de renovación, la humilde anfitriona le dice: “Pero yo voy a votar a Menem”. Esa noche se dio cuenta que la renovación y Cafiero iban a ser derrotados y que se venía otra época. Y Marín pragmático y cultor del verticalismo, terminó aliado a Menem a pesar de las diferencias.
La Pampa, aunque usted no lo quiera o no lo crea, fue menemista. En 1995 Menem logra la reelección con el “voto electrodoméstico” sacando un 50,4% en La Pampa. No es el 58% de CFK en 2011, pero es alto. Fue el mito del dólar = a un peso, de la reconciliación y de lo privado mejor a lo público que la mitad del país quiso creer y creyó apoyando con su voto y los consensos.
En 2003, Marín es uno de los que apoya en esas presidenciales con olor a ley de lemas peronista a Menem como candidato. A pesar del fracaso de la convertibilidad y el país incendiado, de las denuncias por corrupción que pesaban sobre él, de Río Tercero y las armas ilegales, la AMIA, los indultos y tantas otras cuestiones, el ex presidente gana en La Pampa con el 27,8% de los votos.
El kirchnerismo se organizó contra lo que dejó el menemismo, contra ese Menem en retirada. Inaugura una época fuerte en contraste con otra. De integración regional versus relaciones carnales, de derechos humanos versus indultos, de nacionalizaciones y Estado versus privatización y entrega. Pero Kirchner se montó también sobre el consumo y ahí no había antagonismo.
Martín Rodríguez afirma que “lo que no se puede doblegar es la sociedad que nació en los 90. No la del 70, no la del consenso alfonsinista. La del pacto menemista, la del consumo popular”. Porque a pesar de todo, indica el autor, la estabilidad política y económica consolidó la democracia.
Las patas en La Pampa
A Marín le gusta agradecer a Menem por el apoyo que le dio a su gestión y a la provincia. Nunca el peronismo pampeano estuvo tan vinculado al escenario nacional. Ya fuera Marín presidente del PJ, Matzkin operador en diputados, Verna presionando en el Senado o los funcionarios (hasta hubo ministros) en el gabinete menemista.
La Pampa recibió mucha plata en obras (y no lo dice solo Marín, hay estudios como el de Horacio Cao que habla del respaldo que se tuvo). Plata que llegó con ATN al voleo como el que construyó el monumento a Perón y Eva en General Pico o para la mayor obra que tuvo la provincia y que fue el Acueducto del Río Colorado. Polémico y criticado en varios sentidos, pero que se realizó para terminar con un problema estructural de la provincia y un proyecto que se venía postergando y anhelando desde la década de 1960.
Menem y Marín, a un lado y al otro, tejen una época para el país y la provincia. Unidos y separados. Menem significó el traspaso del servicio de educación a la provincia y que el Estado provincial se tuviera que hacer cargo. También las políticas neoliberales golpearon con cierres de industrias y comercios, como ocurrió en General Pico, mientras el Estado peronista provincial afrontaba con fondos propios el sostener el régimen previsional pampeano y reconvertir el Banco de La Pampa frente a la avanzada cavallista; y también una política social a base de subsidios y planes basura para evitar el caos. La desmoralización de la política no fue una cuestión de las altas esferas. La fiesta menemista también fue local, y las condenas de ex funcionarios marinistas mostró el derrame local de una lógica nacional.
Menem fue sinónimo de neoliberalismo, pobreza y entrega durante los años del kirchnerismo, cuando el peronismo tomó un signo progresista. Es una década maldita cuando se hace el recuento de sus resultados para las nuevas generaciones. Más allá de cierta culposidad, también es cierto que en parte del peronismo pampeano hay alguna reivindicación de lo que significó Menem para la provincia, sobre todo para los que vivieron los 90. “A nosotros, tan mal no nos fue. El menemismo fue una gran fiesta mientras duró y hay quienes la vivieron y hay quienes se quedaron afuera”, es la frase usada por un ex funcionario sobre esos años que muestra una grieta más de las que atraviesa el país.
(*) Por Norberto G. Asquini (periodista e investigador)