¿A quién puede sorprender que hoy las Madres reclamen, por ejemplo, “que la deuda la paguen los que la fugaron”? Que sean enfáticas en sus convicciones y amorosas en su entrega. O incansables en la lucha.
De aquella Argentina horrenda en la que surgieron plantándose frente a la misma muerte a este presente ciertamente inexplicable donde el odio negacionista asoma detrás de falsos discursos de libertad, a las Madres, entre otras cuestiones, las define la coherencia.
En su historia se inscribe la historia misma de la democracia. Las Madres, sí, han sido y son la construcción cotidiana de la libertad desde hace 45 años.
Por entonces, con el dolor marcado en los rostros, esas mujeres de mediana edad a las que maquinaria criminal más atroz, el terrorismo de Estado cívico militar eclesiástico, les había arrebato a sus hijas y a sus hijos, comenzaron a andar. En la búsqueda desesperada en los primeros meses durante 1976, durante el ‘77, fueron pariéndose en cada encuentro hasta encenderse en la primera marcha en torno a la Pirámide de Mayo el 30 de abril de 1977, cuando, según indica la historia, un canalla de uniforme les ordenó que “circulen, circulen…” porque no eran días para manifestarse, menos aún, frente a la Casa Rosada.
Nunca más dejaron de caminar. Una larga marcha que cruzó literalmente continentes con una consigna que atronó a incrédulos, a cómplices y a verdugos: aparición con vida.
Las Madres reclamaban la aparición con vida de sus hijas y de sus hijos. Aparición con vida y castigo a los culpables.
Pronunciar esas palabras hoy, en perspectiva, intentando ubicarse en ese tiempo siniestro del terror genocida, hiela la sangre. Pensarlo así es pensar en el coraje que tuvo hace 45 años un puñado de mujeres que enfrentó a los desaparecedores cuando todo el poder estaba bajo sus picanas y sus fusiles.
Cuentan las Madres que fue Azucena Villaflor de De Vicenti la que marcó el rumbo: “Individualmente no vamos a conseguir nada. ¿Por qué no vamos a la Plaza de Mayo?”. Ese 30 de abril, – “el día del amor maternal”, como definió Hebe de Bonafini- tomadas del brazo, y luego de la orden de que no se detengan, que circulasen, un grupo de Madres comenzó a caminar.
También fue sábado, como 45 años después.
Aquel día en la plaza marcharon Azucena, Berta Braverman, Haydée García Buelas, María Adela Gard de Antokoletz, Julia Gard, María Mercedes Gard y Cándida Gard, Delicia González, Pepa Noia, Mirta Baravalle, Kety Neuhaus, Raquel Arcushin, y otras dos madres, una de ellas de apellido De Caimi.
“Todas por todas y todos son nuestros hijos”, dijo Azucena en la Plaza.
Hace unos años, Hebe lo recordó: “El nacimiento de todo, en realidad, fue el día en que Azucena dijo basta, no vengamos nunca más a esta iglesia, vayamos a la plaza”. La iglesia es la Stella Maris, de Retiro, donde las Madres peregrinaban desesperadas a reunirse con monseñor Emilio Teodoro Grasselli, un despiadado con sotana que les sacaba información personal, la registraba en fichas y se las facilitaba a la jauría criminal de las Fuerzas Armadas. El vicario castrense Grasselli.
Continuó Hebe: “Ese día nos habían hecho sacar los zapatos para revisarlos, era tal el maltrato que Azucena explotó. Dijo basta. No sabemos qué día era, pero decimos con las otras Madres que ese día nacimos. Después nos convocamos a la plaza para el 30 de abril”.
Para poner en contexto aún más el terror de los días en que las Madres comenzaron su marcha, es válido recordar que sólo 35 días antes, un grupo de tareas de la Armada se había enfrentado con Rodolfo Walsh en la esquina porteña de San Juan y Entre Ríos, a quien secuestraron malherido y trasladaron a la ESMA. El periodista y escritor está desaparecido desde el 25 de marzo de 1977 cuando cayó distribuyendo su Carta abierta a la Junta Militar, documento con el que denunció el plan sistemático del exterminio.
Escribió Walsh:
• “Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror. Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio. Más de siete mil recursos de hábeas corpus han sido contestados negativamente este último año. En otros miles de casos de desaparición el recurso ni siquiera se ha presentado porque se conoce de antemano su inutilidad o porque no se encuentra abogado que ose presentarlo después que los cincuenta o sesenta que lo hacían fueron a su turno secuestrados. De este modo han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo. Como el detenido no existe, no hay posibilidad de presentarlo al juez en diez días según manda una ley que fue respetada aún en las cumbres represivas de anteriores dictaduras”.
• “Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada. (…) Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y comisiones internas, alargando horarios, elevando la desocupación al récord del 9% prometiendo aumentarla con 300.000 nuevos despidos, han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial, y cuando los trabajadores han querido protestar los han calificados de subversivos, secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron muertos, y en otros no aparecieron”.
La cita textual de la Carta Abierta del autor de Operación Masacre pone en relieve a qué y con quiénes se enfrentaban esas mujeres que, tomadas del brazo, en soledad, un sábado de otoño iniciaron su caminata en Plaza de Mayo.
A Azucena la secuestraron siete meses más tarde, en la mañana del 10 de diciembre de 1977. Dos días antes, en la parroquia de la Santa Cruz, en Boedo, otras dos Madres, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco, ya habían sido llevadas por una patota de la Marina al finalizar una reunión de familiares de secuestrados. Alfredo Astiz, infiltrado en el grupo, las había marcado.
A Azucena, Esther y María las torturaron en la Escuela de Mecánica de la Armada. Luego, les inyectarían pentotal para arrojarlas al mar desde uno de los “vuelos de la muerte”. Sus cuerpos fueron hallados en las playas de Santa Teresita y Mar del Tuyú. Las enterraron como NN en el cementerio de General Lavalle. En 2005, el Equipo Argentino de Antropología Forense logró identificarlas.
En el prólogo del libro biográfico “La rebelión de las Madres” de Ulises Gorini, Osvaldo Bayer escribió: “Las Madres allí solas, en Plaza de Mayo, frente al poder omnímodo de los desaparecedores, de los aviones que arrojaban las víctimas al río, de los secuestradores de niños. Todo el poder de las armas. Y de la sociedad con miedo ambivalente e hipócrita, su iglesia. (…) Eran desconocidas llamadas por la memoria de sus hijos”.
En el primer tomo de la biografía de las Madres, Gorini rescata una frase de Julio Cortázar que describe el fenómeno universal del pañuelo blanco: “Lo irracional, lo inesperado, la banda de palomas, las Madres de Plaza de Mayo, irrumpen en cualquier momento para desbaratar y trastocar los cálculos más científicos de nuestras escuelas de guerra y de seguridad nacional”. Únicas.
Se cumplen 45 años del día del amor maternal en que iniciaron la larga marcha.
En plena oscuridad, las Madres enseñaron a no tener miedo. Y a que el odio no tenga cabida.
(*) Por Gustavo Cirelli (Télam)