A pesar de lo que ocurría en las gradas, Juventus y Liverpool disputaron igual su partido definitorio. El equipo turinés se consagró sólo para las estadísticas.
Más de 60.000 aficionados habían colmado el principal estadio de Bélgica para asistir al partido definitorio de la Copa de Europa entre Juventus y Liverpool. Pero aquello que debía ser una fiesta de fútbol devino jornada luctuosa, porque el horror tomó por asalto las gradas una hora antes de que comenzara el juego. Aquel 29 de mayo de 1985, las corridas y avalanchas provocaron la muerte de 39 aficionados y 600 heridos. A continuación, la pelota rodó igual, como si nada hubiera pasado. «Si se suspende, la violencia será aun peor», se excusaron los directivos de la UEFA. Un pobre argumento avalado por ricos intereses. «El fútbol ha muerto», relató entonces un periodista de la BBC sobre el hecho que más tarde sería tristemente catalogado como la tragedia de Heysel. Que luego de semejante desastre resultara campeón el conjunto turinés no fue más que un apunte para las estadísticas.
La final del certamen actualmente conocido como Champions League era una promesa de buen fútbol. Conducidos por Joe Fagan, los Reds volvían a llegar a una final de la Copa de Europa por segunda vez consecutiva, sólo habían perdido un partido en las fases anteriores y en el balance tenían 18 goles a favor y apenas 4 en contra.
Enfrente, la Vecchia Signora que dirigía Giovanni Trapattoni buscaba con obsesión su primera Orejona con un equipo plagado de mundialistas: los italianos Gaetano Scirea, Antonio Cabrini, Marco Tardelli y Paolo Rossi; el polaco Zbigniew Boniek y su máxima estrella: el francés Michel Platini.
Ambos rivales se habían enfrentado cinco meses antes en la Supercopa de Europa y Juventus se había proclamado vencedor. En Bruselas volvían a enfrentarse y era más que factible que tanto la parcialidad inglesa como la tifosi clamaran por una revancha que excedió lo deportivo.
Durante todo el día, hinchas británicos e italianos protagonizaron incidentes y destrozos en toda Bruselas. El ambiente estaba caldeado y lleno de tensión. Ya dentro del estadio se desató la violencia cuando algunos hooligans desquiciados comenzaron a lanzar botellas y piedras. Simone Stenti, un aficionado de la Juve que entonces contaba con 22 años, lo relató así: «Era muy extraño que algunos belgas y familias italianas estuviéramos tan cerca de los ingleses. Lo único que nos apartaba era una pequeña valla metálica, de esas que utilizan en las granjas para mantener a raya a las gallinas».
El horror sobrevino cuando los hooligans derribaron la mentada valla que los separaba de los simpatizantes italianos, que se fueron replegando. Muchos de ellos quedaron aprisionados entre la pared y las vallas fijas que delimitaban las tribunas del campo de juego. De los 39 muertos que produjo la sinrazón, 32 eran seguidores del equipo de Turín. La penosa lista de víctimas por asfixia y aplastamiento la completaron cuatro belgas, dos franceses y un irlandés.
Las sobrecogedoras imágenes de personas desesperadas intentando salir de aquella zona que se había convertido en una trampa mortal impactaron al mundo. Hubo cuerpos inertes a la vista de todos. Sin embargo, 90 minutos más tarde la pelota comenzó a rodar con los cadáveres detrás de uno de los arcos. Las autoridades decidieron que el partido se disputara igual, pese a las funestas circunstancias. Los jugadores intuían que algo grave había sucedido; no obstante, debieron salir a jugar.
El partido fue una final aburrida, con pocas ocasiones de gol, dos equipos muy conservadores y se resolvió a los 57 minutos luego que el árbitro suizo André Daina concediera un penal dudoso para la Juve que Platini cambió por gol. Tras el 1-0 final, no hubo festejo y el trofeo se entregó en el vestuario.
Pero el desgraciado suceso obligó a las máximas autoridades del fútbol a hacer una profunda reflexión sobre la violencia en el deporte. Los clubes ingleses recibieron una sanción de cinco años para participar en torneos europeos y el Liverpool en particular fue penalizado con seis años. Por otro lado fueron inculpados 14 fanáticos del equipo Red y condenados luego a tres años de prisión.
Además, aquella deplorable final fue clave para cambiar los estándares de seguridad en los campos de fútbol. Tanto la UEFA como la FIFA tomaron nota y, además de establecer medidas para que los hinchas de ambos equipos estuvieran separados por cordones de seguridad, se quitaron las vallas de las canchas, se eliminaron las zonas sin asientos, se implementaron cacheos, se prohibió la venta de bebidas alcohólicas en los estadios y, claro, se persiguió a sol y sombra a los ultras de los distintos equipos.
Por lo demás, el remodelado estadio Heysel pasó a llamarse Rey Balduino, y en una de sus puertas de ingreso luce una placa conmemorativa en memoria de las víctimas de aquella desacreditada final que la TV de entonces transmitió en vivo y en directo.
En este punto, el ahora cincuentón Stenti se resiste a olvidar. «Aquel evento me enseñó varias cosas. Durante mucho tiempo estuve soñando con eso y traté de quitarlo de mi cabeza. Pero me di cuenta de que estaba equivocado: había que recordarlo. Es triste, pero la mayoría de los italianos no recuerda la tragedia de Heysel e ignora que en ese estadio murieron 39 personas, muchas de ellas hinchas de la Juve», concluyó el hombre que en dicha instancia salvó su vida por poco.
El infierno de Valley Parade
Dieciocho días antes de la tragedia de Heysel, otro evento de ribetes dramáticos ocurría en el condado de West Yorkshire, Inglaterra. El 11 de mayo de 1985, en el atiborrado estadio Valley Parade del Bradford City se disputaba ante más de diez mil espectadores el último encuentro de la Football League Third Division entre el equipo local -que celebraba el ascenso- y el Lincoln City.
A falta de 5 minutos para finalizar la primera parte, el árbitro Don Shaw suspendió el partido luego que se originara un intenso incendio que afectó a la tribuna principal del estadio, que era de madera y databa del año 1908.
La mayoría de los espectadores saltó al terreno de juego para ponerse a salvo. Pero hubo otros que decidieron escapar por la entrada al recinto y desgraciadamente quedaron atrapados en el infierno, porque las puertas de acceso habían quedado cerradas para evitar la entrada de público sin pagar.
Enseguida las llamas devoraron toda la tribuna. Investigaciones posteriores evaluaron que la causa del incendio pudo haber sido una colilla de cigarrillo o un fósforo mal apagado. En aquella catástrofe, 56 personas perdieron la vida y otras 265 resultaron heridas.
En medio de la cuarentena impuesta por el distrito, aunque a través de videos y lecturas online, 35 años más tarde el Bradford City sigue presentando sus plegarias a las víctimas del siniestro.