Héctor Pedro Vergez, el represor nacido en Victorica y condenado a prisión perpetua por sus crímenes durante la última dictadura militar, fue hallado sin vida en el Complejo Penitenciario de Bouwer. Tenía 81 años y en agosto de 2016 había sido condenado en la megacausa «La Perla-La Ribera».
Según un artículo de Ricardo Ragendorfer en Tiempo Argentino, «como Alfredo Astiz, el tipo fue una estrella del terrorismo de Estado. Sin disimular aquella condición, circuló con absoluta tranquilidad durante las dos décadas posteriores a la restauración democrática. Ya en 2011 terminó en el banquillo de los acusados. Había que verlo allí, con el cuerpo doblado en dos y la cara tapada por sus manos. Las cámaras lo acribillaban igual».
Curiosamente, señaló Ragendorfer, el Tribunal Oral Federal Nº 5 comenzó a juzgarlo en el Día de la Primavera. «Se lo imputaba por las desapariciones del empresario Julio Gallego Soto, del funcionario ministerial Juan Carlos Casariego de Bel y del militante del ERP Javier Coccoz. Se le atribuía el secuestro de la pareja de este último, Cristina Zamponi, y su pequeño hijo; ambos fueron los únicos sobrevivientes. Ella, desde algún lugar de la sala, lo escrutaba. Vergez seguía con el cuerpo doblado. Luego, muy despacio, se incorporó. Sus ojos, entonces, se multiplicaron en las pantallas de TV».
«El otrora todopoderoso jefe del campo de concentración cordobés La Perla vivía en un departamento ubicado en la calle Rodríguez Peña 279, de Capital. Allí lo llamé en junio de 2004 por una entrevista periodística», recordó. La misma se concretó recién el 2 de julio. Allí, llegó a confesar: “La Perla fue mi hija, mi obra. Yo la hice”.
«La fama de ‘Vargas’ o ‘Gastón’ –como se hacía llamar por los esbirros del Batallón 601– había nacido antes de la dictadura, cuando formó parte del Comando Libertadores de América, una versión cordobesa de la Triple A. Su ladero en esos días era el comisario Pedro Telleldín –padre del implicado en la causa AMIA–, con quien compartió inolvidables hazañas, como la bomba que hizo volar la rotativa del diario La Voz del Interior, ubicada en el barrio Alta Córdoba.
También se le adjudicó al dúo la matanza de la familia Pujadas y la de nueve estudiantes bolivianos, cuyos cuerpos torturados aparecieron en un camino situado en las afueras de la ciudad. Idéntica suerte corrieron otras tantas personas secuestradas en 1975, como Susana Luna, que antes de recibir el tiro de gracia fue salvajemente mutilada. Y Marcos Osatinsky, un jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), al que él asesinó arrastrándolo por una ruta encadenado a un auto. Luego, dinamitó su cadáver. Al concluir ese año, fue puesto al frente del penal militar Campo de la Ribera, ya convertido en un centro clandestino».
A retiro.
Ragendorfer indicó que Vergez pasó a retiro en 1979. «Desde entonces alternó su incorporación inorgánica en la SIDE con la iniciativa privada: fue directivo de Condecor, una financiera vinculada al otrora vicepresidente radical Víctor Martínez. No pocos denunciaron que comercializaba muebles de desaparecidos en sociedad con el ministro menemista Julio César Aráoz. Se puso al frente de una banda de usureros que cerraba negocios con gente acorralada por las deudas con prestamistas. Fue operador oficioso de la causa AMIA y hasta se dio el lujo de escribir un libro autobiográfico».
Di Dío.
Al cumplirse 36 años del golpe de Estado, en 2012, Ricardo Di Dío recordó en un artículo publicado por La Arena que el represor Pedro Héctor Vergez «mandó a matar» a su hermano Oscar, detenido a principios de 1977.
Oscar Antonio Di Dío desapareció el 27 de febrero de 1977 en Buenos Aires. Tenía apenas 25 años y su cuerpo nunca apareció. Su hermano estaba convencido de que el represor Vergez lo mandó a matar, al reconocerlo en un campo de concentración porteño.